La gobernabilidad, la demagogia y el desarrollo
Gobernabilidad es la facultad que tiene un gobierno para satisfacer, de forma eficiente, legítima y equitativa, los requerimientos socioeconómicos de un pueblo. Un gobierno tiene gobernabilidad cuando los gobernados sienten que este los representa y atiende con esmero. Un país bien gobernado es aquel que se administra con gobernabilidad, y un país desarrollado es aquel cuyo pueblo exige a su gobierno que actúe con responsabilidad y no con demagogia.
La demagogia es una degeneración de la democracia, que lleva a los políticos a satisfacer al pueblo mediante halagos y concesiones por encima de las posibilidades reales del país, con el objetivo de alcanzar o mantenerse en el poder, incluso a costa del desarrollo del Estado.
La gobernabilidad permite que los pueblos se desarrollen más; su ausencia, en cambio, produce el atraso de las naciones. Su antónimo es la demagogia. En el mundo, los países más desarrollados se rigen por principios de gobernabilidad, mientras que los más atrasados se gobiernan con demagogia. Un país atrasado es aquel en el que la satisfacción que el gobierno brinda al pueblo está por debajo de lo que la riqueza nacional podría proporcionar.
No existe una gobernabilidad perfecta, ya que el ser humano, imperfecto por naturaleza, no puede estar completamente satisfecho. Intentar satisfacerlo al 100% genera una insatisfacción creciente, pues el hombre tiende a desear cada vez más. Esta búsqueda incesante de “satisfacción total” tiene su límite en el ideal utópico del comunismo, que promete una satisfacción plena e irrealizable.
Cuando un gobierno pretende ofrecer una gobernabilidad perfecta, cae en la demagogia. Y cuando esta demagogia se institucionaliza, se transforma en comunismo. El comunismo ofrece una gobernabilidad “ideal” que, en la práctica, se convierte en una gobernabilidad negativa: la dictadura.
Las poblaciones buscan huir de los países gobernados por regímenes comunistas porque el control absoluto del Estado sobre la vida de sus ciudadanos anula la libertad individual. El poder total corrompe, y la imperfección humana transforma ese poder absoluto en dictadura.
Esto se ve reflejado en el hecho de que todos los países gobernados por el comunismo —como Cuba, China, Rusia, Venezuela o Nicaragua— son dictaduras. El sistema comunista, al buscar la perfección socioeconómica, inevitablemente desemboca en un régimen autoritario.
Por eso, aunque el comunismo prometa igualdad y bienestar total, termina siendo una trampa que sacrifica la libertad en nombre de una falsa perfección. En contraste, la economía de mercado —aunque imperfecta— permite el desarrollo progresivo de una democracia cada vez más libre.
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