La hora exacta y la convivencia
Una tarde de regreso a casa encontré, debajo de la puerta, un parte matrimonial. Al leerlo, un detalle cautivó mi atención: “(…) La ceremonia iniciará a las 19:00 (hora exacta)”. Esperaba encontrar una especie de pie de página que explicara el porqué de esa aclaración. Pensé: ¿no bastaba con señalar la hora? Me sabía a redundante. Sin embargo, me tinca que dicha práctica suele ser utilizada con frecuencia.
Los novios, al asumir la impuntualidad —como hábito social— y colocando “hora exacta”, se aseguran de tener una nutrida concurrencia al momento de su ingreso, con numerosos amigos y conocidos que, entusiasmados, celebran el gran acontecimiento y toman fotos espectaculares para el recuerdo.
Hasta aquí, mi hipótesis “festiva”, que procura explicar la laxitud de los conceptos que están en juego. Sin embargo, la impuntualidad y el irrespeto por la palabra dada, en sus efectos, inciden en la convivencia social. ¿La palabra ha perdido fuerza o es la conducta la que la ha perdido? Quizá se ha deteriorado la valoración y vigencia de la coherencia entre la palabra y el hacer. Importa más lo que se percibe, se piensa o se siente sin considerar la naturaleza de las cosas.
A poco que discurramos, se advierte que, como sociedad, hemos ido adosando cada vez más adjetivos, gestos o avales en nuestra comunicación para asegurarnos de que el “otro” confía, cree y se hace cargo de que lo que se le está transmitiendo es lógico, verídico y razonable. La profusión tediosa de normas o leyes entorpece la convivencia, porque su propósito no es la búsqueda del bien común y particular, sino controlar y reemplazar sobre la base de colocar las ideologías antes que la realidad de la persona y de sus circunstancias.
La impuntualidad como moneda corriente afecta y motea el tono humano en el marco de la convivencia. En ausencia —habitual— del decoro de la puntualidad, las relaciones se agrian. Para muestra, un botón. Tiene una cita médica ajustada el día y la hora con antelación. El malestar crecerá no solo porque la aguja del reloj supera largamente la hora fijada, sino porque repara en todo lo que se dejó de hacer para salir de casa con tiempo para llegar puntual.
El irrespeto por la palabra empeñada incide en la comunicación, que debería basarse en la verdad y en la confianza. La promesa incumplida —sin razón ni explicación— es una flagrante mentira. En cierto modo, prometer es ofrecer —adelantar— al “otro” un insumo material o espiritual con el que contará para abrazar su objetivo o meta.
Al no cumplir la promesa o no honrar la palabra empeñada, se afecta parte del proyecto vital de otra persona. El trabajo hecho con mediocridad es una promesa incumplida, que termina siendo un acto que atenta contra la justicia. El político que se empecina en sus propios intereses miente y defrauda las expectativas de sus votantes. El padre que no cumple habitualmente con llevar a su hijo al parque, ¿se podrá lamentar luego de que no confíe en él?
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