La importancia del relato
Todo fenómeno histórico se compone de determinados hechos que deberían ser analizados con rigor crítico, pero que son instrumentalizados por el más astuto. Se suele afirmar que la historia es contada por el vencedor, pero eso no es necesariamente cierto. El relato que se convierte en creencia general es elaborado por quien domina el ámbito cultural. Así, cuando la retaguardia de Carlomagno sufrió una dura derrota en los desfiladeros de Roncesvalles por los vascones del lugar, se empleó a juglares itinerantes porque el orgulloso líder europeo no podía aceptar una derrota en manos de tribus bárbaras; ellos difundieron la ‘Chanson de Roland’ que relata el traicionero ataque de los poderosos árabes y el heroísmo del sobrino del monarca.
Otro ejemplo nos lo brinda la Guerra Civil española. Las evidencias señalan que la violencia política empezó a inicios de la década del 30 por el impulso de ideologías extremistas, esencialmente anarquistas y comunistas, quienes terminan ganando de forma irregular en las elecciones de febrero de 1936. El Frente Popular obtiene el 47.1% y las derechas 45.6%; pero como sucede en las sociedades enfermas, una mitad pretende la eliminación de la otra, en lugar de buscar construir un proyecto común. Los asesinatos a líderes opositores, quema de templos católicos y fusilamiento de sacerdotes y monjas, provoca la reacción de un grupo de militares que intenta un fallido golpe de Estado que evoluciona en guerra civil; en ella, tanto el Frente Popular como el nacionalismo franquista cometerán atrocidades, pero hoy España ha cercenado la historia real para convertirla en instrumento político, con un relato oficial y obligatorio que recoge la visión de los perdedores, prohibiendo cualquier análisis crítico de la “memoria histórica”, aún dentro del ámbito académico.
En nuestro país hemos podido experimentar cómo los vencidos, los terroristas maoístas de Sendero Luminoso y pro cubanos del MRTA, aquellos que construyeron sendas máquinas de muerte y destrucción, gracias a sus aliados en el ámbito cultural, han logrado desarrollar un relato donde la crueldad de la decisión de matar uniformados y campesinos es matizada por la romántica pretensión de un paraíso socialista. En colegios y en universidades, se conoce más de la bárbara reacción de algunos militares y policías violadores de DDHH, que de la sistemática atrocidad de los extremistas por alcanzar el poder, equiparando unos con otros. Los perdedores han triunfado por su astuta persistencia y pueden exhibir a sus jóvenes activistas de aquellas décadas sangrientas, convertidos en funcionarios y políticos. Ellos seguirán diseñando el relato histórico que nuestros hijos aprenderán.
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