La ley de Úrsula
Úrsula Letona ha aprendido que la política es el arte de lo posible. Hoy está haciendo el aprendizaje de la humildad.
Ha presentado un gran proyecto de modificación constitucional. El primero verdaderamente grande de su carrera, que hoy recién empieza. Ya es mejor congresista de lo que ha sido.
El proyecto toma por las astas un toro que nadie se ha atrevido a capear. El de la reforma laboral en su aspecto más filoso: que la reposición en el puesto no es la forma racional de compensar el despido, sino la indemnización justa, pactada libremente entre las partes.
Presentar este proyecto es una decisión política que revela un gran valor personal. Lo más extraordinario, sin embargo, es su argumento práctico.
No hay reelección, dice. Por lo tanto, no existe capital político qué arriesgar. O, más bien, por qué no arriesgar por el país el capital que pueda quedar luego del naufragio. Es algo de un pragmatismo digno de estos tiempos en que el resultado es lo que vale, no importa la legitimidad del motivo.
Viéndolo bien, es incluso asombroso. Quién diría que lo que el Gobierno no se atreve a hacer por no renunciar a la reelección, podría hacerlo el Congreso precisamente porque, no habiendo reelección, para bien o para mal está más allá y por encima de la tentación. Nadie pensó en eso al derogar la reelección. Es un rédito imprevisto, un afortunado efecto secundario.
Es lo que la congresista pide ahora a sus cuasi ex compañeros de Fuerza Popular: sacrificar lo que queda de su mayoría en aras del bien del Perú.
Es una nueva madurez, que la congresista muestra con diáfana transparencia. Harían bien en escucharla y aplaudir que haga fuerza de flaquezas, porque esa es la definición misma del liderazgo legítimo. Con este solo gesto, Úrsula Letona ha levantado por primera vez un capital político que nunca antes tuvo. Y que podría ser también de Fuerza Popular.
Es el beneficio inesperado de su honesto aprendizaje de la humildad.
@jorgemorelli1
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