La mirada crea ámbitos de relación
La mirada crea ámbitos de relación; cuando se mira, el “yo” se desplaza hasta lo mirado. Fuera de su reducto, se abre a novedosas formas de encuentro, se dispone a recibir, que es un modo de acoger a quien da.
Al mirar, realizamos un “viaje” desde lo más íntimo de nosotros mismos para “ponernos” en las pupilas, en la mirada. Por tanto, la mirada es vista y decodificada por lo que revela: la personal intimidad. Si acoge, comprende, respeta y atiende, quien mira se muestra. Al mostrarse, la mirada se hace dialógica. El diálogo es parte de la relación interpersonal. El hombre comprende cuando es capaz de abrirse; su mirar ya no refleja, sino que comunica su vivencia que, como suya, es original. Al cruzarse con la mirada del “otro”, intercambian originalidades con relación a un mismo bien: la realidad.
La mirada es también una revelación de nuestro interior: hay miradas tiernas, frías y hasta crueles; miradas humildes y miradas soberbias; miradas limpias y miradas torvas; miradas penetrantes y miradas superficiales. Saber mirar a los ojos y leer lo que dicen las miradas es un arte que puede evitar más de un contratiempo.
Las miradas más resplandecientes son aquellas que proyectan lo más alto del ser humano: su inteligencia y su querer. Son las que transmiten el entender y el amar con respecto a otras personas y al universo; son las miradas inteligentes y amorosas que dicen: “¡Qué bueno que existas!”, “¡Eres único e irrepetible!”. Es la mirada de una madre, de un enamorado, de Dios.
Cuando la relación se instrumentaliza, la mirada no confirma, cosifica y reduce. El contraataque es reafirmar mi libertad anulando la suya, lo que es un modo de reducirlo y pagarle con la misma moneda. El conflicto se hace presente en la relación.
Ejemplos hay de los más variados: piénsese en las relaciones conyugales, en donde uno reduce a la esposa a la que lava, plancha, atiende a los hijos y se encarga de las microdecisiones, y el otro es reducido a ser proveedor, reparador y responsable ante el fisco. Así, cada vez que la otra persona quiere opinar sobre algo “que no le compete”, se ve como una intromisión. En todos estos casos, la persona es reemplazable. Puedo reemplazar a un obrero por otro, a una “esposa que lave, planche y cocine” por una lavandera y cocinera profesional, y a un esposo por uno que administre mejor.
En el fondo, lo que hay es una hipertrofia del yo que no puede establecer ninguna relación sin sentirse amenazado, y la única forma de superar la amenaza es reducir al tú a un reflejo del yo. Los que no opinan como él están equivocados; los que opinan parecido a él están en lo cierto en lo que coinciden y equivocados en lo que discrepan; y los que opinan igual que él y no hacen otra cosa que repetirlo más o menos preciso son meros epígonos sin gracia, ecos mortecinos de lo dicho por él.
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