¿La modernidad duele? Necesitamos reconciliación
¿Hemos perdido el tiempo? ¿Nos ha dolido modernizarnos? Perú atraviesa un periodo donde la modernización ha acarreado un costo social significativo. Desde 1997, a pesar del notable crecimiento económico, no hemos visto un avance equivalente en la cohesión social y política. Nos hallamos ante la era de la “modernidad líquida” de Zygmunt Bauman, donde las estructuras estables se han disuelto, dejando una sociedad fragmentada y llena de incertidumbre, vista con pesimismo hacia el futuro. Los noticieros nos lo recuerdan diariamente.
La inicial euforia por el progreso económico ha sido ensombrecida por un discurso polarizante que atraviesa todos los sectores de la sociedad peruana. Se percibe que la modernización y la superficialidad política, contrariamente a unirnos, han profundizado la desconfianza hacia las instituciones y fomentado el aislamiento social. En este contexto, es primordial cuestionarnos sobre la posibilidad de armonizar el progreso económico con la cohesión social.
La “modernidad líquida” de Bauman ha transformado la esencia de comunidad, promoviendo un individualismo que erosiona los cimientos de nuestra sociedad. La creciente desconfianza hacia el Estado y sus instituciones, la polarización política y los conflictos sociales, como las protestas en el sector minero, ilustran la disonancia entre el desarrollo económico y el social. La desconfianza de los empresarios mineros hacia figuras políticas, como Salhuana, promotor de la ley REINFO. La actitud de los congresistas de izquierda hacia el Banco Central de Reserva evidencia una ignorancia supina y falta de respeto total a quien supo mantener al Perú en el récord histórico de inflación de un solo dígito. Las monstruosas persecuciones políticas de la Fiscalía a empresarios, como Ricardo Briceño y otros inocentes. Cada caso, con su propia justificación, nos aleja de la cohesión social.
En contraste, Perú está dotado de la capacidad para transformar esta realidad mediante una reconciliación nacional, tal como recientemente señaló Jorge del Castillo del APRA, frente a un clima de antagonismo que obstaculiza cualquier diálogo. Como sociedad, resulta esencial reconocer nuestros logros económicos y fomentar un desarrollo inclusivo y socialmente cohesionado. Este desafío requiere una cooperación activa de los sectores políticos, económicos y sociales, en busca de superar la actual fragmentación.
El liderazgo asume una función crítica en este proceso. Los líderes deben promover una gestión transparente y ética, incentivando el diálogo y abogando por un proyecto nacional que integre a los peruanos. Fundamental es alcanzar acuerdos intersectoriales que sustenten la estabilidad y refuercen un modelo económico atractivo para las inversiones, sin renunciar a la justicia, inclusión y prosperidad compartida. Prioritarias son las estrategias para mantener a Perú como un destino atractivo para las inversiones, abordando desafíos como la seguridad ciudadana y acabar con las injusticias que genera el sistema de justicia. Aunque las reformas del aparato estatal serían un avance, la verdadera solución está en reducir la burocratización. Hay que desmantelar el exceso de trámites y simplificar los procesos administrativos.
Para superar el dolor de la modernización y avanzar hacia un futuro prometedor, Perú necesita urgentemente de esta reconciliación nacional. Solo así podremos asegurar una modernización que beneficie a todos, marcando el inicio de una era de confianza institucional, estabilidad política y cohesión social. La reconstrucción del tejido social peruano es una tarea que demanda la colaboración y el compromiso de todos, basados en valores como la unidad, el diálogo y el respeto mutuo. Cada peruano tiene un papel activo en este cambio, evidenciando que, pese a las adversidades de la modernización, la reconciliación nacional es el puente hacia un Perú más próspero y unido.
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