La nueva formalidad
Si los peruanos insistimos en meter la informalidad en el saco de la economía formal, cueste lo que cueste, terminaremos por destruir el modelo de crecimiento que nos permitió alcanzar interesantes cifras macroeconómicas los últimos 30 años.
Según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) del último trimestre del 2022, tres de cuatro empleos recuperados en el Perú tras la pandemia de la COVID-19 son informales (subempleo sería el término correcto), siendo nuestro país el segundo con mayor informalidad laboral en América Latina, con un 73.2 %.
La actual normativa laboral y tributaria resulta insuficiente para integrar a este grupo mayoritario de empresarios, pues desincentivan su incorporación a la formalidad.
El reto es no continuar transitando este absurdo camino que discrimina y excluye a la mayoría de las empresas del país, aunque no sean las que más ingresos generan al Estado. Debemos entonces replantear las reglas de juego y darle un nuevo sentido a la formalidad, adaptando la normativa a la realidad, y no esperando que la realidad se acomode a reglas que solo funcionan para una minoría.
Esta nueva formalidad debe partir por reconocer automáticamente a todas las empresas que hoy tributan o generan subempleo como formales, de manera que el problema para la mayoría de los empresarios, a partir de ahora, sea cómo no salirse de la formalidad, y no cómo entrar en ella, como lo ha sido hasta hoy.
El secreto es dejar de mirar el vaso medio vacío y comenzar a ver el vaso casi lleno de informalidad, la cual convirtió sus estrategias de sobrevivencia en el modus operandi empresarial hegemónico del país. Si seguimos negando esta realidad jamás lograremos construir una sociedad moderna sobre una base social real. No podemos seguir creyendo que los mundos ideales e imaginarios creados en la mente de unos pocos iluminados se reproducen por generación espontánea solo porque los imaginamos.
Eso no ocurre en el mundo real. Las verdaderas transformaciones sociales no ocurren por decreto. Se dan con el transcurrir del tiempo y generando políticas que incentiven antes que castigar.
Esto no quiere decir que no tengamos un claro enemigo al cual doblegar en este proceso de transformación: la economía ilegal. Estas organizaciones criminales deben ser combatidas con inteligencia y todo el peso de la ley. No podemos permitir que los territorios tomados por esta economía ilegal, como Puno o Madre de Dios, sigan siendo un ejemplo para seguir por otras poblaciones, ilegales o no.
El caos y la anarquía jamás serán el cimiento requerido para construir una sociedad moderna. No son balas las que restablecerán el nuevo orden en estos territorios, sino inversión con inclusión social. ¿Estamos listos para hacer este gran cambio?
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