La oposición de papel
Desde que asumió la presidencia, el establishment mediático ha intentado que Dina Boluarte deje el poder. Lo lamento, porque soy de los que considera que fue, en parte, gracias a ella que no estamos sumergidos en el caos del socialismo del siglo XXI. No se alineó con el intento de instaurar una dictadura como la cubana o la venezolana. Fue pieza clave en la resistencia institucional que llevó al golpista a la cárcel y permitió que la vida cotidiana, con todos sus problemas, se normalizara en libertad.
La última cruzada que la oposición de papel ha usado como bandera ha sido la crisis de seguridad pública, que también afecta al resto de América Latina y, si me apuran, al mundo occidental polarizado. ¡Mano dura!, reclaman los mismos que intentaron forzar la renuncia de Dina cuando las Fuerzas Armadas reprimieron —mediante el “monopolio de la fuerza” que ostentan en toda democracia— la asonada violenta que defendía el golpe de Castillo, tomando aeropuertos y quemando vivos a policías.
Lograron intimidar a la presidenta que, cómo no, corre el riesgo de ser enjuiciada como “autora mediata” de crímenes de lesa humanidad contra vándalos, como lo fue Fujimori. ¿Cómo va a atreverse a aplicar una solución a lo Bukele si sabe que, después, nadie la va a defender?
La semana pasada, el primer ministro Adrianzén iba a ser censurado. La presidenta intentó salvarlo con un cambio ministerial cuyo trasfondo fue detener las reformas del ministro de Economía, José Salardi, criticado por la izquierda y también por partidos con muchos gobernadores y alcaldes. Luego, se enteró de que los gremios empresariales y periodistas liberales estaban encantados con Salardi, quien impulsaba la principal reforma económica del Estado en tres décadas.
¿Por qué no lo dijeron antes? ¿Por qué en sus columnas lo ningunearon como simple “gestor de proyectos” mientras se sumaban al coro que pedía soluciones inmediatas a la inseguridad sin proponer nada concreto?
Lo más lamentable es escuchar a analistas y políticos serios hablar de vacancia. Este mecanismo, útil para sacar a delincuentes como Vizcarra, hoy se quiere banalizar con fines políticos. Más triste aún es ver cómo la “civilización del espectáculo” guía a la opinión pública hacia el rechazo radical a Dina: relojes, cirugía estética y, ahora, el viaje al Vaticano. ¡Por Dios! El Papa, el Sumo Pontífice, es peruano. ¿Pretenden que el país no esté representado por su presidenta en su entronización, por simple mezquindad?
Desde inicios de 2023, cuando visité Lima con el presidente Aznar, estoy convencido de que lo mejor para la democracia peruana es que Dina culmine su mandato. Entonces, la mayoría de líderes políticos —excepto Acuña, según recuerdo— pensaban que debía renunciar. Felizmente, no fue así.
La presidenta ha resistido. Y, algo crucial, ha defendido a sus ministros de los ataques del establishment mediático, a diferencia de Vizcarra, que los traicionaba para complacer a la prensa y sostener su corrupta popularidad.
Daniel Córdova
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, X, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.