La orquesta del Titanic
Muy triste aproximarnos a velocidad de crucero hacia el indeseado iceberg de la anarquía y la guerra civil no convencional. Más desolador ver que la mayoría de tripulantes de este Titanic llamado Perú se exhiba ajena a las consecuencias previstas para una democracia endeble, hechiza, deliberadamente llevada al fango por casi todos sus actores, en especial por los reformólogos electorales.
Asco total mirar atónitos el regodeo de la izquierda fracasada y corrupta, fletadora del delincuente Pedro Castillo pero que hoy se autoasigna -con un cinismo impresionante y la hipocresía hecha bandera- el libreto de la redención. Libreto que (no podía ser de otra manera) plantea la muy original guía chavista de una Asamblea Constituyente con la cual destruir las bases económicas de tres décadas de apertura, crecimiento, reducción de la pobreza y ampliación de las oportunidades laborales.
Resulta patética la no comprensión de los procesos disruptivos de la historia y la apuesta ciega por una institucionalidad evaporada en los afanes totalitarios de la caviarada nativa, oportunistamente matriculada en la rima «liberal». Claro, liberalismo que les evita el sonrojo por sus viejas y estúpidas aprehensiones estatistas, populistas, las visitas filiales al dictador Fidel Castro, el reojo de hoy a las bestias Nicolás Maduro o Daniel Ortega.
Y como en la nave que naufragó aquella infausta noche de abril de 1912, la disputa por los botes salvavidas se ha vuelto cainita y ni siquiera se piensa en los niños, el futuro, para salvarlos. Que algún cretino rojo le explique a las nuevas generaciones que matar el comercio, la industria agroexportadora, el turismo, el transporte, los servicios esenciales, contribuye a gestar un nuevo orden justo y equilibrado.
Y como en todo Titanic, el símbolo de la orquesta es inevitable. Aquella que se empeña en cumplir su misión de ejecutar piezas musicales clásicas en medio de las escenas de pánico por el hundimiento de la embarcación. Esa orquesta es el Congreso de la República donde prima la incomprensión supina de las circunstancias padecidas.
Negar por mayoría el adelanto electoral, siquiera a pocos días de finalizar el 2023, es torpe. Lo dice quien piensa que lo sensato y conducente es realizar los comicios en abril DE 2024 pero que reconoce la falencia de liderazgo del Gobierno y la mayoría parlamentaria para persuadir con suficiencia la validez de ese camino.
Esa orquesta suma responsabilidades al desastre. Nos agobia en vez de rescatarnos. Interpreta gregorianos mientras el vandalismo ataca con el rap.
Pobre Perú. Pobre Titanic.
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