La osadía de Grau
Miguel Grau es el gran héroe de nuestra Patria. Su dimensión como ser humano debe ser abordada primero como la persona que fue, un hombre de fe y de nobles sentimientos que puso siempre de manifiesto en el seno de su familia como esposo, padre y hermano, en su círculo de amistades que lo admiraban y querían mucho, y aún en medio de la batalla con el enemigo. Después como ciudadano, tanto en la vida cotidiana como vecino, como en la actuación pública como parlamentario.
No tuvo gran formación política, debido a su carrera naval, pero se inició muy joven en aquellas arenas junto a su íntimo amigo Lizardo Montero, siguiendo al caudillo conservador Manuel Ignacio de Vivanco. También debió ser influenciado por Bartolomé Herrera como después lo sería por el líder en el Partido Civil, el presidente Manuel Pardo y Lavalle. Militante leal del civilismo, creía a ultranza en la democracia liberal. Por su temperamento y convicciones fue un halcón en el debate parlamentario.
Destacó siempre por su conducta intachable, por su apego a la ley y a la Constitución, por su honestidad prístina y sus valores cristianos y solidarios por los que se le reconoce como el Peruano del Milenio, y antes que eso, Caballero de los Mares y Gran Almirante del Perú y luego Precursor del Derecho Internacional humanitario.
Inició su vida en el mar como marino mercante. Siendo niño se hizo navegante. De ahí cosmopolita, políglota, y tras las primeras tempestades selló su hermandad con los barcos y las estrellas resplandecientes, bajo la bóveda infinita de los cielos nocturnos, que lo cubrieron sobre inconmensurables aguas alrededor del mundo.
Está aún pendiente en nuestro país, un reconocimiento por su otra profesión, como faro guía de nuestra Marina Mercante Nacional.
Todo en el ciudadano Grau es admirable, pero como Marino de Guerra que soy, lo admiro más como el guerrero que fue. Oficial y Comandante brillante. Líder de carácter e implacable en el cumplimiento del deber y de la disciplina. Aquí viene a cuenta citar la obra “Las personas de la historia. Sobre la persuasión y el arte del liderazgo” de la historiadora canadiense Margaret MacMillan en cuyas páginas se analizan figuras históricas encumbradas por su liderazgo, haciendo gala de virtudes que los convirtieron en tales, entre ellas la osadía. Si tendría que definir la campaña naval del 1879 y el papel de su conductor en el mar lo haría con una solo palabra: osadía.
Fue totalmente suya la mayor virtud de un capitán: la valentía sin atenuantes. El valor, lo más caro a un uniformado, fue su insignia izada a tope. Fiero guerrero, que ni en lo más atroz del combate pierde su humanidad, por que como escribiera de él Manuel González Prada, el escritor político más crítico de la milicia de su época, más que un tigre que mata por matar o hiere por herir, Grau fue un grande que supo bien economizar vidas y ahorrar dolores. Matador sin culpa en causa justa.
Su liderazgo caló hondo en los tripulantes del Huáscar, que conocían de muchos años su audacia, su pericia y su firmeza, y bien sabían que con él no había medias tintas. Por eso lograba siempre sacar lo mejor de cada quien. Si había que ir a la guerra, qué mejor que con el Capitán de Navío Miguel Grau.
Como dice Arturo Pérez-Reverte en su novela SIDI, un relato de frontera: “La conducta de un guerrero se forja en lo que se espera de él; por eso hay que apelar a lo que lleva dentro. (….). Manejarlo, ganar su obediencia ciega, no está al alcance de cualquiera: sólo de alguien a quien respete por estimarlo superior; por saberlo el mejor entre todos”.
Ese fue Miguel Grau Seminario, el capitán de osadía sin límites, el valiente entre los valientes.
Juan Carlos Llosa Pazos