La paradoja de la dictadura parlamentaria
Cada vez que el Congreso actúa, conforme a sus facultades exclusivas y excluyentes, en contra de los intereses de los caviares, estos repiten como loros la absurda y contradictoria frase de que estamos ante una “dictadura parlamentaria”.
El caso más reciente es el de la Junta Nacional de Justicia (JNJ), cuyos miembros fueron denunciados constitucionalmente por infringir la Carta Magna, al avalar la permanencia de Inés Tello en la cuestionada entidad, a pesar de que supera los 75 años.
Al final, solo ella y el magistrado Aldo Vásquez fueron inhabilitados de la función pública por 10 años, pero las lágrimas caviares fueron insufribles en redes sociales hasta que el Pleno del Parlamento tomó una tibia decisión, pues lo que correspondía era sancionar a todos los consejeros. ¿Acaso la imputación no era la misma para los 7 juntistas?
Según la RAE, una dictadura es un “régimen político que, por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales”.
¿Cómo demonios los estultos caviares pueden hablar, entonces, de una “dictadura parlamentaria”, si el Congreso es un órgano compuesto por 130 personas, divididas en diversas bancadas, vastamente disímiles entre sí?
Es más, la sola existencia de un Legislativo, que tiene como una de sus principales funciones fiscalizar el Poder Ejecutivo, aminora casi a cero las posibilidades de que se instale una autocracia.
Como mencioné al inicio, los caviares lloran como viudas cuando tocan a sus fortines: pasó con la Sunedu, la Defensoría del Pueblo y el Tribunal Constitucional. Y lo mismo hicieron con la JNJ, la cual, por cobardía del Congreso, todavía controlan. Esta institución, que practica como dogma el doble rasero, ha suspendido a Patricia Benavides por unos pantallazos de chats de Jaime Villanueva, pero no ha hecho lo mismo con Pablo Sánchez, Rafael Vela y Domingo Pérez, pese a que han sido sindicados por el mismo Villanueva de jugar en pared con el IDL para quebrar a sus opositores políticos.
Los caviares nunca han ganado una elección, pero se prenden como parásitos de las entidades estatales, desde donde esparcen toda su ideología zurda light y, por ende, empobrecedora. La única manera de acabar con el cáncer caviar es achicar el Estado a lo mínimo necesario, con lo que se acabarían esas asesorías inútiles de las que viven los izquierdistas de buenos modales.
Estos rojos de cafetín son tan timoratos que jamás se van a presentar a unos comicios: les conviene mover los hilos desde las sombras. ¿Se imaginan el porcentaje de votación que obtendría una lista conformada por Gorriti, RMP y Salinas? Sería sumamente divertido ver a estos tres chiflados sufriendo por visitar las zonas pobres del país. El chicharrón que no comió Barnechea pasaría a ser una anécdota en comparación a las muestras de asco que mostrarían estos.
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