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La partida del patriarca de un Perú adolescente: ¿alguna vez superaremos nuestra inmadurez?

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Fecha Publicación: 13/09/2024 - 21:50
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Alberto Fujimori ha muerto, y con él la figura que marcó una era en el Perú. Nos liberó de las garras del terrorismo y la hiperinflación, a la vez que nos sumergió en un ciclo de inmadurez democrática. Con su partida, se cierra un capítulo decisivo de nuestra historia, planteando la interrogante: ¿Logrará el país, finalmente, alcanzar la madurez?
Fujimori emergió como el líder necesario en los turbulentos años noventa, frente al terror de Sendero Luminoso y el MRTA, aunque sus métodos fueron en contra de generar democracia. Con su autogolpe, consolidó la figura del caudillo que tanto ha marcado nuestra historia, perpetuando lo que Luis Alberto Sánchez nos advertía: que el Perú era un país atrapado en una “adolescencia política”, y Fujimori, con su estilo autoritario, lo confirmó. Su legado es el de un padre que limitó el crecimiento de sus instituciones, dejando a sus ‘hijos políticos’ en un estado de dependencia del poder centralizado, y sus opositores lo señalaban culpable de lo que sea al no poder cambiar la figura de lo que él representaba.
Para muchos, Fujimori sigue siendo el líder que sacó al país del caos y continúa movilizando a multitudes hacia su último adiós frente al féretro. Para otros, fue el villano que nos sumió en un ciclo de autoritarismo y con crueldad celebran su partida. Su condena por ser autor mediato de violaciones de los derechos humanos plantea que sus métodos no fueron inocentes. Sin embargo, en vida pagó por sus errores, que incluyen el autogolpe de 1992, su involucramiento con Montesinos, así como los casos de La Cantuta y Barrios Altos. El indulto humanitario, por otro lado, cumplió con hacer justicia, y millones de peruanos que experimentamos los terrores y ruinas de esos tiempos le estamos agradecidos.
Fujimori es comparable con Nixon. Ambos alcanzaron progresos significativos, el primero en el ámbito económico y Nixon con la apertura hacia China, pero ambos vieron sus legados ensombrecidos por la corrupción y el abuso de poder. Esta dualidad invita a reflexionar sobre cómo se evalúa a los líderes con el paso del tiempo.
Fujimori, tras el escándalo de los Vladivideos, huyó a Japón en 2000. Su extradición desde Chile en 2007 y la posterior condena a 25 años por corrupción y violaciones a los derechos humanos marcan un hito en su vida política y personal. Casos similares, como los de Augusto Pinochet en Chile y Ferdinand Marcos en Filipinas, revelan cómo los grandes logros pueden ser empañados por graves errores. Al igual que Fujimori, sus legados siguen siendo objeto de debate en sus respectivos países. Los errores de Fujimori, especialmente en materia de derechos humanos, perjudican su legado, pero no lo eliminan. Sus contribuciones al estabilizar el país y derrotar al terrorismo siguen siendo reconocidas. Gracias a una estrategia combinada entre operaciones militares y tácticas de inteligencia lideradas por el GEIN (Grupo Especial de Inteligencia), Fujimori pudo desmantelar el principal grupo terrorista del país, devolviendo la paz a los peruanos.
Con el fallecimiento de Fujimori, se plantea una interrogante vital: ¿Está el Perú listo para romper el ciclo de autoritarismo necesario y madurar hacia una democracia plena? El futuro queda en nuestras manos. Tras 31 años de la Constitución de 1993, aún buscamos alcanzar la plenitud democrática. Ahora, sin la figura del padre autoritario, es nuestro deber colectivo abrazar la madurez. La pregunta persiste: ¿Podremos conseguirlo?
Adiós, Alberto Fujimori, y gracias por haber marcado profundamente a nuestra nación.

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