La paz mundial no se negocia con ideología ni economía
Innumerables espacios se usan por la prensa a nivel internacional, así como un elevado número de minutos u horas los medios de comunicación radiales y televisivos se ocupan para difundir las noticias que tienen que ver con los conflictos armados en diferentes partes del planeta y que, a pesar de la distancia, de alguna forma, interesan y preocupan a todos los pueblos del mundo.
Los analistas en materia de relaciones internacionales, con sus comentarios y apreciaciones nos demuestran el alto nivel de conocimiento que tienen sobre cada uno de los casos que resultan del enfrentamiento armado entre dos o más países, cuando citan lugares, cifras y denominaciones de hechos y acontecimientos que se derivan de una lucha bélica, sin dejar de mencionar el nombre de las autoridades de los Estados que, directa o indirectamente, tienen que ver con la controversia. Pero, como es obvio, y en atención a su tendencia ideológica, cada uno tiene su propio enfoque del porqué se producen los hechos de violencia. Además, invocan que se termine con la lucha armada, pero se quedan con el diagnóstico de los acontecimientos y no hacen propuestas concretas que permitan parar la escalada de muertes y desastres materiales que afectan a las comunidades que se encuentran en el centro del conflicto y que no pueden vivir con tranquilidad.
No hay manera de justificar las más de 24,000 muertes inocentes en Gaza, ni el enfrentamiento entre Ucrania y Rusia que se encamina a durar ya dos años, cuando son cientos de miles de millones de dólares que se invierten en sostener el que estos conflictos todavía existan, mientras millones de personas alrededor del mundo no tienen qué comer ni tampoco esperanza de una vida mejor.
Me pregunto si los líderes de las grandes potencias, que son las que manejan las relaciones dentro de la comunidad internacional, les interesa que el mundo viva en paz. La respuesta es un rotundo ¡No! Pues, así como en lo interno de los países existen factores de poder, que son los que priman en la forma y manera de cómo se toman las decisiones; igualmente, en lo externo, son los Estados que controlan la economía mundial los que no quieren perder su capacidad para seguir desarrollándose, usando el factor ideológico como instrumento de negociación en sus relaciones multilaterales.
Las Naciones Unidas y su responsabilidad para mantener la convivencia pacífica internacionales, lamentablemente, continúa siendo únicamente un foro para dejarse escuchar y nada más. Hoy por hoy, cinco países (los que tienen la condición de “miembros permanentes” del Consejo de Seguridad) pueden más que los 193 Estados Miembros que la conforman.
Es un derecho que los Estados tienen de que, en su funcionamiento interno, sea su propio pueblo el que determine y decida sobre el camino a seguir; es decir, el derecho de no intervención debe ser siempre respetado por todos los países del orbe. Pues, al igual que en las relaciones interpersonales, el derecho de los Estados termina donde comienza el derecho de cada uno de los otros países. O, lo que es lo mismo, el respeto mutuo es la piedra angular donde debe sostenerse el funcionamiento de la comunidad internacional
No hay duda que las grandes potencias van a seguir existiendo pero, mientras actúen sin intenciones de ser las que conduzcan el manejo del mundo, nos queda la esperanza que cambie de rumbo la dinámica interestatal y la paz mundial pueda estar más cerca.
Corresponde a los internacionalistas de todos los países, independientemente de las concepciones ideológicas que inspiren sus análisis especializados, no quedarse únicamente en el diagnóstico, sino hacer propuestas serias y responsables para que los líderes políticos del mundo cambien su forma de conducirse en la toma de decisiones.
Si el virus del Covid-19 puso al mundo de cabeza, el “virus de la paz mundial” debe ser inyectado también en el cuerpo, especialmente en la mente, de las personas que manejan a los pueblos para que, como una “pandemia altamente contagiosa” llegue todos y se asegure que la convivencia pacífica de la humanidad sí es posible. Pues, no hay que perder la esperanza de lograrlo.
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