La prenda del desierto
Leo con sorpresa que las conclusiones de un estudio sobre las prendas de vestir más ligeras y frescas para los veranos muy intensos –como los que está pasando ahora Europa- son las túnicas, las mismas que desde hace siglos usan los beduinos del desierto.
La experiencia demostró que las túnicas, al ser muy anchas, produjeron “un enfriamiento por convección del aire alrededor del cuerpo de la persona debido a la acción de fuelle que se produce cuando las túnicas se mueven con el viento o con el movimiento de su portador”. Su forma, además, produjo un efecto de chimenea, que hace que el aire se eleve, circulando entre la tela y la piel. Las túnicas incluso superarían en frescor a ir desnudo en el caso de que no hubiera viento, ya que lo producen artificialmente. Por supuesto, las túnicas superaron en sensación de frescor a una serie de prendas ligeras.
Los beduinos son los habitantes naturales de los desiertos arábigos y del norte de África. Nómades, viajan a lomo de camello y acampan en cabañas junto a las cuales arde siempre una hoguera y se recitan los al-taghrooda – versos y canciones sobre un sinfín de temas que se van componiendo y declamando a manera de conversación entre los beduinos curtidos por el sol y las soledades de su hábitat.
El desierto tiene una historia mágica en todas las geografías en donde se extiende. El laberinto perfecto “sin puertas y ventanas que te veden el paso” o aquella llanura incolora que esconde siempre un oasis. En ambos los beduinos cantan y caminan cubiertos con túnicas blancas o negras -es lo mismo- mientras sus camellos en una larga fila marcan el principio de la caravana.
Me enorgullece saber que en mi sangre late también el eco lejano de esas tribus cuyo mundo giraba en torno a sus familias, su comunidad y sus canciones junto a una fogata. Como escribí en unos versos: “Fueron simples en todo. Sin violencia/Resolvieron sus dudas y rencores./ Tristes beduinos tristes. Sin temores/ Vivieron el albur de la existencia./ En mí prosiguen ellos su aventura/ su espanto, su inocencia y su locura.”
En las festividades del desierto los beduinos organizan carreras de camellos. Cunde la algarabía y bajo el inclemente sol, las túnicas de despliegan con el viento. Todos comen y cantan en su lengua ancestral, el badawi, las sencilleces de su vida. De tanto errar en él, han aprendido lo que es el desierto, pero también saben que -como escribió el gran Benedetti- en ciertos oasis el desierto es solo un espejismo.
Jorge.alania@gmail.com
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