La rebelión mesocrática
Los 97 votos a favor, 26 en contra y ninguna abstención que aprobó la nueva mesa directiva del Congreso, que hoy encargará la presidencia de la República al congresista del Partido Morado, Francisco Sagasti, es una clara señal de que nuestra democracia aún está viva; a pesar del comportamiento suicida y antisocial mostrado por el Gabinete Senil que lideró el hoy tristemente célebre Ántero Flores-Aráoz, y que en solo cuatro días tuvo que abdicar y dar un paso al costado para ceder el poder capturado, dejando en otras manos la búsqueda de una solución ante el clamor de las marchas consecutivas con las que un sector mesocrático de peruanos tomó las calles de las principales ciudades del país.
Ni las marchas estuvieron cargadas de ideología, ni bajo control del Movadef. Quien sostiene barbaridades como esta no supo leer su verdadera naturaleza. Son la expresión espontánea de jóvenes de clase media y emergente que están hartos de la indiferencia y oportunismo de una clase política en decadencia a la cual pusieron en jaque, obligándola a dar vueltas en su propio laberinto, cual can desorientado que persigue su cola para mordérsela.
Fueron derechas e izquierdas brutas y achoradas las que decidieron autoliquidarse, emulando a su máximo ídolo, el termocéfalo García Pérez, llevándose de encuentro –dicho sea de paso- el modelo de crecimiento económico que pusieron en vigencia los últimos 30 años. Estos dinosaurios políticos tienen que aceptar que su destino está más cerca a fertilizar narcisos en un parque zonal o a escribir memorias en sus cuarteles de invierno. ¡A jubilarse ya! ¡No nos hagan perder más tiempo! Resistirse al cambio generacional con uñas y dientes es prolongar la agonía de su muerte inminente.
Las calles hablaron. No fueron sectores populares vulnerables, sino sectores mesocráticos, los que levantaron su voz de protesta. Sus ingresos, ahorros y educación les permitieron salir a las calles y hacer sostenible una lucha, cuya plataforma obviamente está en construcción y aún no termina.
Solo un carcamán de la política puede exigirle a un movimiento en nacimiento que proponga en simultáneo su plan de acción. Solo un dinosaurio político en extinción puede exigir calma a una masa irracional hastiada de tanta mugre y suciedad partidaria. Solo a un viejo político senil se le puede ocurrir que la voz de un reaccionario puede calmar el ímpetu de quien se rebela. Solo un cínico puede llamar gestión al saqueo sistemático de ese botín que llaman Estado.
La transición está en marcha. Tendrá idas y vueltas. Pero no tendrá un punto de retorno al pasado que el señor Vizcarra terminó de disolver con su falta de hombría, cuando cedió el poder en silencio, permitiendo que nos arrebaten lo que las callen recuperaron a pulso. Señor Vizcarra… ¿por qué no se calla? La generación Bicentenario no marchó para que usted regrese. Lo hizo para que los futuros líderes tengan muy claro que con debilidad mental, falta de espíritu y rancio oportunismo no se gobierna.