La república neoplutocrática
Si bien la definición de república plutocrática no encaja estrictamente en el Perú con la definición clásica del término, está claro que en el Perú existe hoy una neoplutocracia, muy diferente de la que en algún momento gobernó nuestro país durante la llamada república aristocrática, pero que ha afianzado sus reales en la política peruana con base en lo que puede sintetizarse la famosa frase: “plata como cancha”.
Si la plutocracia es el gobierno de los ricos, resulta interesante ver cómo ciertos millonarios propietarios o promotores o como se les quiera llamar de universidades han volcado sus ingresos a la formación y manejo de organizaciones ,que son un mero remedo de partidos políticos, al servicio de sus ambiciones personales -”solo me falta ser presidente”, dijo uno de ellos- y, por cierto, no de los altos intereses del país.
Esta neoplutocracia no solo pervierte la política como lo hizo la de otros tiempos, sino que, peor aún, también reúne un ingrediente adicional: la vinculación explícita con prácticas delictivas y el uso del dinero y del poder obtenido con ese recurso para gozar de una impunidad que es amparada, ciertamente, por la corrupción sistémica existente que, a su turno, es un reflejo de la propia neoplutocracia.
La caída de un político tras otro luego del escándalo de Lava Jato y el largo trecho de la Era de la Corrupción en nuestra Patria son el reflejo fiel de esta situación: durante varios períodos presidenciales el socio oculto de los jefes de Estado fue el Club (o cártel) de la Construcción liderado por Odebrecht, fuera de los otros latrocinios cometidos con total impunidad por otros actores no tan emblemáticos.
La reciente crisis ministerial y la prisión preventiva de Luis Castañeda dejan el mismo balance, especialmente con la exclusión de esa medida de José Luna quien ya tiene antecedentes sobre capacidad de maniobra a través la inscripción de su partido Podemos y la cautelar obtenida en algún “juzgado” para salvar a su universidad -la de las fachadas falsas- de la clausura. No se puede descartar tampoco la actual presencia en el Congreso de Podemos que le permitió acompañar a Palacio de Gobierno a Urresti.
Todas estas evidencias son de cuello y corbata si las comparamos con la presencia constante y cada vez más visible del narcotráfico y sus lavanderos legalizados a través de resortes políticos y, por cierto, de corruptos recursos mediáticos que han generado una sesgada cultura de desinformación.
La batalla para librar al Perú de este oprobio es dura pero la libraremos: de otra forma, se perfila una figura peor que la de un inaceptable narco Estado.
(*) Presidente de Perú Nación
Presidente del Consejo por la Paz