La resurrección de la política
Hace bien el Gobierno en patear el tablero político, cuando solicita cuestión de confianza al Congreso de la República, por una Reforma cuya puesta en marcha viene siendo postergada por nuestros legisladores.
Es un gesto político. No solo un recurso jurídico. Quienes lo cuestionan piensan que la separación de poderes está por encima de todas las cosas. Por eso solo hablan de “constitucionalidad”. Pero olvidan que, en el mundo real, cuando las reglas de juego se agotan, sin encontrar salidas que resuelvan los problemas del país, la “legalidad” pierde terreno y se impone la “legitimidad” de quienes asumen los liderazgos políticos y sociales.
Este nuevo episodio de la serie nacional “Ejecutivo versus Legislativo” confirma que los reflejos del Gobierno están en mejor forma que los de su oposición en el Congreso. Demuestra también que la política está viva. No había muerto, ni estaba de parranda.
El nuevo episodio confirma que la mayoría legislativa es percibida como una rémora que se resiste al cambio, que prefiere mantener el sistema corrupto de los últimos 30 años, y que camina en contra de la historia. El Gobierno tampoco es percibido como un actor de alto estándar, porque tiene bajo sus pies una gestión ineficiente (algo que no está condicionado por su disputa con el Congreso).
Lo cierto es que la encrucijada de un entrampamiento no resuelto es que, tarde o temprano, los ciudadanos de a pie terminan resolviendo el impase con sus propias manos, especialmente cuando no existen élites políticas, sociales, académicas y empresariales con las cuales se sientan representados.
Lo que estamos viendo es una disputa entre poderes que no logran leer adecuadamente a su población, y están poniendo en juego su propia existencia si no resuelven el atasco en que se encuentran.
La iniciativa del Ejecutivo es oportuna. No porque resuelva en automático los problemas del país. Pensarlo es absurdo. En un juego de poderes los bandos miden sus fuerzas. ¿Qué esperábamos? No se tienen buenos modales cuando se patea el tablero. Por ello, lo que toca hoy es ir hasta las últimas consecuencias.
El modelo de desarrollo de los últimos 30 años llegó a su límite. Es obsoleto. Es incapaz de resolver sus contradicciones desde dentro. El reto es afinarlo y poner en marcha uno distinto, que responda a los problemas de la realidad social peruana. Pretender que la realidad se adapte al viejo modelo sería ir contra la historia.