ÚLTIMA HORA
PUBLICIDAD

La resurrección del eucalipto

Imagen
Fecha Publicación: 21/07/2023 - 20:50
Escucha esta nota

En un parque de la ciudad de Lima, crecía un frondoso eucalipto. Un día de verano, serpenteando los cielos, llegó una bandada de aves raras. Estas hallaron posada en la parte más alta del eucalipto; construyeron sus nidos y todos los días trinaban a los cuatro vientos y a todo volumen como quien celebra la vida. La vecindad las recibió con curiosidad, los niños salían a jugar y no faltaron algunos que se aventuraron a cazarlas.

De pronto las huéspedes ya no agradaban y fueron catalogadas como intrusas generando el rechazo unánime de la vecindad, algo imposible y nunca antes logrado. La decisión había sido tomada: expulsar a las incómodas y molestosas visitantes y castigar de paso al condescendiente eucalipto.

El acuerdo fue categórico y el fundamento de hecho era que las aves molestaban con sus trinos y además ensuciaban sus automóviles con sus heces, y de paso se dieron cuenta de que “gastaban” mucho dinero y tiempo limpiando las hojas secas que se desprendían del árbol, por lo que decidieron podarlo. Para desaparecer a las aves no escatimaron esfuerzos en encontrar el mejor veneno.

Sin embargo, las aves no caían en la trampa y se refugiaban en lo más alto del árbol. Entonces los defraudados vecinos decidieron eliminar al pobre árbol: lo cortaron desde el tronco, lo hicieron pedazos, vendieron una por una cada rama del derribado eucalipto. Con lo recaudado compraron serpentinas, globos, licor y también contrataron a una orquesta para celebrar este “importante e histórico hecho”.

El eucalipto no se rindió, y algunas semanas después, ante la sorpresa de sus vecinos, brotó aflorando sus ramas frescas. Esto fue tomado como una provocación ante lo cual decidieron quemar el tronco del eucalipto y luego para asegurarse contra otra molestosa sorpresa tapiaron la zona con cemento. De él ya no quedaba huella alguna. En días de pandemia echaron de menos a las sanadoras hojas del eucalipto acusándose mutuamente. Sin embargo, una de esas mañanas de invierno, asomó por una de las rendijas del suelo de cemento unas pequeñas ramas que rápidamente crecieron. La vecindad andaba con miedo escondiéndose del COVID y no prestó atención. Así pasaron los días. Poco a poco las ramas crecían más y más.

Hace unos días, crucé de casualidad el parque y vi con alegría que el árbol había crecido; mientras me acercaba a él cayeron algunas de sus hojas del eucalipto buscando abrazarme. Aunque estaban amarillas tenían vida. Vi entonces, como quien lee las hojas de coca, que la vida siempre triunfa y que la victoria de los mensajeros de la muerte siempre es pírrica y pasajera.

Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.