La romantización del mal
Una variante, o, perdón, una tendencia de la postmodernidad es la relativización del mal. El malo puede no ser malo y el bueno hincarnos el hígado y no sabemos por qué. En Breaking Bad, un profesor de química encuentra en su enfermedad terminal la justificación para delinquir. Cocina metanfetaminas y se hace rico, mata hasta que llega a gustarle. Al final confiesa que no se convirtió en un criminal para “dejarle dinero a su familia”, lo hizo porque le gustó. El policía tras él perseguía la justicia, pero no nos cayó bien. Walter White, el malo cada vez peor, debía vencer. Alguna entraña maligna colocaba nuestra balanza hacia él.
En Billions, Bobby Axelrod se aprovechó de una tragedia para hacerse rico. El 11 de septiembre de 2001 ganó 750 millones de dólares apostando en la bolsa contra las compañías aéreas cuando las torres gemelas temblaban antes de derrumbarse. Su creciente riqueza desde entonces no se debía a un esforzado trabajo sino a un cálculo frío que rompía las líneas de la ley. Bobby nos cae bien, quizás porque la serie de Netflix salta su lado humano: falible, impulsivo, nervioso y transgresor. ¿Qué hace que nos caiga bien? O, mejor, ¿qué hace que el fiscal que lo persigue, Chuck Rhoades, nos caiga como yunque en el zapato? Es la dialéctica entre la fragilidad humana y la ley, que es fría y genérica. La diferencia con Jean Valjean y el inspector Javert en Los Miserables es que, en Víctor Hugo, el perseguido es paradigma de piedad y el perseguidor un loco turbado por la justicia, y la justicia es ciega y, a veces, cruel.
No sabemos qué somos cuando el acusador nos espanta tanto como a los trúhanes y sacamos cara por ellos porque representan lo más profundo de la humanidad, aquello que nunca nadie llegará a admitir. Bienvenido al club de los malos, susurra el lector que se pregunta por La casa de papel. Ya sabemos que es una serie española que arrasa y que junta en torno a un profesor (cuya vocación de hábil ladrón atraviesa su árbol generacional) a un grupo de personajes que lleva como bandera el anarquismo de hurtar el oro de la reserva estatal. La gente aplaude, son héroes y nadie los deja de querer.
Mañana al abrir el Diario maldecirás al político nacional que tuvo el cuajo de hacerse de un soborno para una oscura licitación.
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