La salud emocional
Es sentirse bien con uno mismo y con los demás. Tiene mucha relación con la capacidad de adaptación, la autoestima, el complejo de inferioridad, el sentido de competencia, conocer los límites, el respeto, la humildad y aceptar que unos saben más que otros. De esta forma, estás sembrando y cosechando una personalidad equilibrada que encaja en cualquier contexto social, porque sabes quién eres y adónde vas, ya que tienes seguridad en ti mismo.
Con respecto a la capacidad de adaptación, se refiere a cómo aceptas las cosas y te integras a ellas, como por ejemplo la escuela. Algunas veces los cambios escolares afectan: nuevos alumnos, profesores o incluso la universidad. En ocasiones, esto se relaciona con la carrera profesional que se ha escogido. Conozco muchos casos de profesionales que no quisieron esa profesión y estudiaron porque los padres se lo exigían. En otros casos, abandonan los estudios a mitad de la carrera: no se adaptan, no les gusta. Por ejemplo, una persona que ingresó a la universidad en el primer puesto no disfrutaba la carrera de ingeniería civil; prefería lo práctico y se orientó a la mecánica. Actualmente, es una persona competente. Otras personas tienen dificultades en el trabajo: no se adaptan a trabajar en grupo, sino de forma individual. Les cuesta, muchas veces cambian de empleo o tienen problemas con la autoridad. No saben manejar los celos ni la envidia de otros trabajadores. Vivimos en un mundo competitivo y tenemos que adaptarnos para sobrevivir.
En relación con la autoestima, es muy importante para la salud emocional. Es el concepto que los seres humanos tienen de sí mismos, el valor que se asignan, la dignidad. A veces se les solicita a las personas que hagan cosas fuera de la ética, la moral o el buen sentido, con la finalidad de perjudicar a terceros, y lo aceptan. En cambio, una persona que sabe lo que vale y respeta al prójimo jamás lo hará, por el bien propio y de los demás. Eso lo marca el hogar, los padres, la familia y los valores que han sido internalizados desde la infancia. Los hijos repiten el modelo que les enseñaron y aprendieron.
Otro punto importante es manejar el complejo de inferioridad que se ha instalado en la sociedad peruana: en la raza, en las competencias. Por ejemplo, cuando se compite con países sudamericanos en fútbol, muchos peruanos se sienten menos frente a chilenos, brasileños, argentinos o colombianos. ¿Por qué? Simplemente porque no se ha trabajado el valor que tienen los jugadores, sus actitudes y habilidades. Muchos provienen de hogares humildes, disfuncionales o con problemas personales. Para eso está el psicólogo deportivo, quien puede canalizar estas carencias, corregirlas y trabajar con la familia. ¿Pero qué sucede? El jugador gana más de lo que imaginó, se compra un vehículo 4x4 y busca mujeres de la farándula para llenar sus vacíos emocionales. ¿Esa conducta soluciona el problema de fondo? No. Trabajan poco o nada en lo que realmente importa: saberse importantes para sí mismos, para la familia, el país y la sociedad. Deben aprender a manejar su vida emocional.
Finalmente, es esencial introyectar el sentido de competencia. En este mundo triunfa quien más sabe, quien crece con el lema “soy un triunfador”, conociendo los propios límites. Eso enriquece la vida emocional, respetándose uno mismo y a los demás, con humildad y sencillez, aceptando que unos saben más que otros. Eso permitirá salud mental.
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