La “segunda reforma agraria”
No fue la oposición la que introdujo ese cuento chino denominado la “segunda reforma agraria”. Fue el irresponsable –o más bien temerario- mandatario Castillo, quien lanzó ese globo de ensayo relleno de gases tóxicos, sin tener la más pedestre idea del caos que alcanzaría su populista iniciativa. La reforma agraria declarada en 1969 por el dictador pro cubano Juan Velasco, fue una propuesta demagógica que empobreció al país entero. Con mayor énfasis a los campesinos, presuntos beneficiarios de millones de hectáreas de unas de las mejores tierras agrícolas de esta parte del subcontinente. Tierras que, más temprano que tarde, dejaron de producir enormes volúmenes de algodón, azúcar, panllevar y hortalizas generando no sólo una atroz merma económica para el gremio de agricultores –dicho sea de paso reputados internacionalmente como unos de los más eficientes- que perderían no sólo su medio de subsistencia sino que, además, se les estafó apropiándose de sus tierras bajo esa falacia del pago mediante bonos del Estado en justiprecio por el valor de sus tierras. ¡Pago que no fue honrado!
La esquizofrénica iniciativa de la segunda reforma agraria sacada de la chistera por el incalificable mandatario Castillo no ha sido planificada; y mucho menos estudiados sus gigantescos efectos directos y colaterales. Se trata de un planteamiento demagógico, dirigido a exacerbar las expectativas de los hijos de aquella fracasada reforma agraria velasquista, santificada por el propio asesino en serie Fidel Castro como un modelo de penetración comunista, dirigido a empobrecer a todos bajo la ficción de la propiedad y la explotación de la tierra por “los campesinos que la trabajan”. ¡Mentira! La reforma agraria jamás convirtió en propietarios de tierras a los campesinos.
Sencillamente los transformó en esclavos del Estado; auténtico “amo y señor” actual de esas tierras que les fueron robadas a sus legítimos propietarios. ¿Mejoró la condición de vida de los campesinos? No. ¿La empeoró? Obviamente sí. En consecuencia, la segunda reforma agraria sólo apunta a ser una versión degenerada de la primera. ¿La razón? Quienes la han ideado -y apuntan a ejecutarla- son infinitamente más incapaces y más pueriles que los autores y/o realizadores de la reforma agraria de 1969.
Tan es así que la propuesta lleva meses de presentada en sociedad. Sin embargo aún el Ejecutivo –Castillo, supuesto “soñador” de tan peregrina idea- no ha elaborado un proyecto de ley para presentarlo como iniciativa al Congreso; ni existe reglamentación alguna de la misma. ¡Nada de nada! Puro humo. Como todo lo que propone Castillo.
Sin embargo, lo que sí existe son unas sobredimensionadas expectativas de gentes embriagadas por esa idea fuerza, que ya las hace sentirse dueñas de algún fundo. En otras palabras, hoy tenemos más expectativas, más enardecimiento social, más delirio político. Una tesitura que empujará al pueblo a salir a las calles y al campo para auto adjudicarse alguna parcela, con la consecuente devastación de lo que aún queda de Estado de Derecho en esto que, hasta hace una década, el mundo entero reconocía como la exitosa nación peruana.
El Congreso tiene la palabra.
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