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La Semana Santa

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Fecha Publicación: 31/03/2023 - 22:00
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Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito. Lo hizo desde el momento en que el hombre lo traiciona, lo rechaza. Pudo Dios tomarse la revancha, pudo incluso mostrarse indiferente con lo ocurrido o pudo, al extremo, repudiarlo. Sin embargo, respondió desprendiéndose de su Hijo, porque era El único que, siendo Dios al hacerse hombre, podía pagar la culpa.

El hombre no reparó a quien ofendía porque fue obnubilado por la soberbia y por el egoísmo. Dios, por el contrario, sí sabía a quién perdonaba. Cómo conmueve un Dios que no se detiene ante la malicia, ante el desprecio y ante la ofensa (precisamente, una de sus últimas palabras antes de morir fueron: "Padre, perdónales que no saben lo que hacen"), más pudo su misericordia que lo llevó a comprenderlo y amarlo en su radical realidad y circunstancia.

Dios no sólo entregó a la muerte a su Hijo, además, decidió reducirlo a nuestra condición de hombre permitiendo que naciera de una mujer: la Virgen María. Es a través de ella, que Dios ingresa a la historia de la humanidad, que se allana a las coordenadas temporales; quien no tenía límites se puso fronteras; quien no poseía cuerpo, se encarnó; quien no sabía de hambre, sed ni dolor, los experimentó intensamente; y, quien conocía el amor recíproco, fue traicionado y despreciado.

Nace Jesús con un sino definido: morir crucificado por ti y por mí. Como Dios, sabía lo que iba a sucederle y por eso anticipó el dolor del oprobio, de la injusticia y de los tormentos que iba a padecer. Sin embargo, no adelantó su tiempo, no modificó las leyes naturales ni menos osó modificar lo que su Padre le tenía deparado. Lo suyo fue esperar pacientemente la llegada del día previsto; mientras tanto, iba enseñando y cambiando la historia.

Como a un vil criminal, le hicieron cargar con la cruz, pero Él no sólo la cargó, sino que se abrazó a ella porque sería señal de redención. Camino al calvario, voces y actitudes embravecidas, insultos por doquier, se apostaron a la vera del camino. En la oscura soledad de la pasión, la Virgen María, su madre, da a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad, un sí a la voluntad divina. ¡Cómo le agradecería esa mirada a su Madre! Fue, luego, crucificado permaneciendo cosido a la cruz durante tres largas y dolorosas horas, hasta que finalmente entregó su Espíritu a su Padre.

Muere Jesús para que los cristianos vivan como como hijos de Dios; con su dolor les ganó ese derecho. Además, restituye la gracia y los dones sobrenaturales y les abre las puertas del cielo. Al dolor, misterio para el hombre, le da un valor santificante.

Cristo pasa y en estos días lo hace con la cruz a cuestas y nos mira con amor clemente y solícito, ¿seremos los cristianos superficiales y ligeros como para no calibrar las muestras de amor entrañable que Jesús nos ofrenda con su pasión y muerte?

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