La soprano del Metro
Emily Zamourka, de 52 años y que dormía, como cualquier indigente, cerca de un estacionamiento, en una calle de la ciudad de Los Ángeles, solía, cada mañana, coger su carrito de supermercado que hacía las veces de casa rodante y bajar a los corredores del metro a cantar por unas monedas. Años de años en ese trajín, símbolo de una vida llena de fatalidades y desgracias. Entre el aria de Puccini, O mio babbino caro, que tantas veces había cantado y que el miércoles pasado se escuchó en esos andenes multitudinarios, y las modestas clases de canto y violín que recibió a los 24 años al emigrar de Rusia, había una larga historia de azares y desventuras.
Emily vivió en Missouri y Washington, trabajando como profesora de piano hasta que en el 2005 su salud se deterioró por lo que tuvo que ser hospitalizada. Al recuperarse, volvió a enseñar música, esta vez en el suburbio de Glendale, en Los Ángeles, donde también se dedicó a tocar el violín en las calles a cambio de un poco de dinero, hasta que una noche un indigente como ella cogió su instrumento y lo rompió.
Recuperado su violín gracias a la ayuda de la asistencia social, siguió cantando y tocando en las calles, pero la fatalidad que la había puesto en su mira, volvió a aparecer con un empujón que le fracturó la muñeca y le impidió seguir pulsando el violín. Nuevas peripecias que se pueden imaginar pero que no se saben, hicieron que se atrasara en el pago del alquiler de su precaria vivienda y fuese finalmente echada a la calle, a la que se mudó: su carrito de supermercado, sus bolsas y unos cuantos cartones como colchón cerca de un estacionamiento.
Pero la mañana del miércoles pasado un oficial de policía del Departamento de Policía de Los Ángeles la grabó mientras cantaba y publicó en sus redes sociales un vídeo de ella, en el que, además, se le veía caminar con su carrito y sus bolsas paseando por uno de los andenes del metro. El post decía: 4 millones de personas llaman a Los Ángeles su hogar. 4 millones de historias. 4 millones de voces... a veces sólo tienes que detenerte y escuchar una, para escuchar algo hermoso.
El aria de Puccini que tantas veces cantó para algunos o para nadie, se hizo viral en solo unas horas. Y lo que ha seguido es lo que tenía que seguir: el productor musical Joel Diamond le ofreció un contrato de grabación con planes para crear un “un gran disco de música clásica para la soprano del metro”. El acuerdo sería para un primer álbum llamado Paradise que se lanzaría con el sello de Silver Blue Records.
No se sabe aún si Emily aceptará. No se sabe por qué se demora en hacerlo. Tal vez no lo haga, si algo le susurra esa celebérrima foto de Marilyn Monroe parada, glamorosa, en el metro, mientras la compara con otra de la misma Marilyn, tendida en su cama, muerta por una sobredosis. Tal vez sí, porque se hartó de las arias sin nadie, los cartones para dormir y las pocas monedas. Parecía feliz cantando en el metro. ¿Lo será en los estudios con toda su fanfarria y sus luces? Cualquier lógica dice que sí y como nunca antes… pero ¡cuántas veces eso ha sido una equivocación!