¡La tarea de los congresistas!
La culpa del caos que embarga a esta nación -después de resucitar del desastre en que quedó tras la monumental quiebra económica de fines de los años ochenta- es responsabilidad del pueblo, por haber elegido en lo que va de este siglo -salvo el segundo régimen de García- a las peores autoridades que pueda imaginarse para gobernar nuestro país. El problema es que nada nos garantiza que cambie el sentido de las cosas para los comicios del año 2026. ¡Más aún, teniendo al mismo bribón arregla-elecciones como presidente del jurado electoral! Hasta ahora, todo indica que en 2026 tendremos a una treintena de postulantes a la primera magistratura, noventa por ciento de los cuales oriundos de la peor estofa imaginable. Lo que implica que toda posibilidad de elegir a alguno que consiga salvar al Perú de convertirse en Cuba o Venezuela será un espejismo. En pocas palabras, a la luz de la realidad actual, todo hace pensar que el caos sería nuestro destino. La única esperanza de que esto no sea así es que recapaciten los congresistas (hasta hoy, padrastros de la patria) poniendo en debate -inmediatamente- el cambio de autoridades del Jurado Nacional de Elecciones (JNJ). Cierto que se aproxima el vencimiento del plazo para el que fueron electos: pero nada nos asegura que, a través de alguna engañifa, los tramposos actuales ganapanes a cargo del JNJ consigan renovarse para prolongar su pérfido dominio de la entidad. Por tanto, para evitar sorpresas, a la mayor brevedad el Legislativo necesita elegir nuevas autoridades -esta vez probas, despolitizadas, desideologizadas- para el JNJ.
Los tiempos que les ha tocado vivir a los peruanos -desde comienzos de siglo- son verdaderamente de espanto. Cargamos sobre nuestros hombros el peso de lo que significa que nuestra nación haya sido gobernada por ocho diferentes presidentes en apenas veinticuatro años. Es decir, un promedio de tres años de gestión por cada mandatario. Aunque la realidad es muchísimo peor si consideramos que sólo Toledo y Humala completaron sus períodos constitucionales de gestión -claro que en forma regular para abajo en el caso del primero, y de mala a peor en el ejemplo de Humala. Pero lo que vimos a continuación fue verdaderamente catastrófico: el inútil PPK sólo “gobernó” año y medio; el golpista Vizcarra, escasos meses; Merino, tres días; Sagasti, poquísimos meses; y Castillo, año y medio. Una esquizofrenia que precipitó la catástrofe en la que estamos, agravada por el desmanejo gubernativo de otra incapaz para gobernar el país, como es Dina Boluarte. Si todo lo aderezamos con el cataclismo de la megacorrupción instalada por Odebrecht y su socio Graña Miró Quesada -este último apoyado por El Comercio-, el diagnóstico de la salud del Estado peruano es incuestionablemente agónico.
Es hora de que los legisladores entiendan que su labor no es cabildear en el Parlamento para obtener más prebendas, sino servir a esta sociedad que clama por renovar el Jurado Nacional de Elecciones, la Junta Nacional de Justicia, el Ministerio Público, Reniec, etc. ¡Es su tarea para el período que les resta en el Congreso!
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