La tiranía de la realidad
En varias ocasiones hemos explicado la necesidad de elaborar un nuevo programa de gobierno una vez instalado el nuevo inquilino de Palacio. Básicamente, porque los expuestos en primera vuelta representan la visión ideológica de agrupaciones que piden adhesiones políticas, mientras que para ganar la segunda vuelta se requiere matizar esa perspectiva ideológica buscando aliados de otras tendencias y electores moderados; en la primera vuelta se vota por convicción, en la segunda por emoción. En un chato multipartidismo es suficiente obtener un porcentaje ridículamente bajo para pasar a la ronda de descarte y, ya en ella, basta con aparentar ser menos odioso y dañino que el ocasional adversario. Por eso, no es una traición el redefinir el programa en función de las alianzas indispensables para poder gobernar; por el contrario, Castillo ha descubierto una realidad, a él le ha tocado el premio mayor con apenas el 18% de los votos, pues el posterior respaldo del 50% se disipó tan pronto se introdujo el voto en el ánfora; le espera el destino de PPK y de Vizcarra si no logra el consenso necesario para sus políticas prioritarias.
Corresponde ahora a Acción Popular y a Alianza Para el Progreso, sin importar lo que se diga públicamente, ejercer control sobre los planes que surjan de la dupla Castillo/Cerrón, comenzando por el paquete tributario que viene siendo coordinado para acceder al pedido de legislación delegada. La protección brindada en el Congreso por ambos partidos tiene un costo político que se deberá asumir en Palacio: pasar del discurso revolucionario a uno reformista; de lo contrario, quedarían en ridículo los integrantes de la nueva coalición gubernamental que, en la siguiente oportunidad, no tendrían el margen político suficiente para sostener a un extremista sin remedio.
Mientras AP actúa por la necesidad de mantener una mínima cohesión en una bancada ideológicamente heterogénea, Acuña apuesta a convertirse en el fiel de la balanza, en el socio indispensable que le brinde no solo votos salvadores, sino cuadros para que el gobierno funcione, pues el perfil del activista suele ser opuesto al de un gestor público. Si lo logra, APP podría disfrutar de un anhelado triunfo en las elecciones regionales y consolidar su opción para el 2026. Su mayor rival, el progresismo, carece de un liderazgo orgánico, la mayoría de sus referentes del último quinquenio están manchados con mayores evidencias de corrupción que sus rivales históricos, ha perdido el monopolio mediático, y necesita de una nueva organización partidaria que convierta su innegable influencia en poder político efectivo.
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