¿La toma de Lima?
Siempre hemos dicho que Lima fue tomada hace varias décadas, si la concebimos como una “toma por asalto” de la capital en manos de peruanos que provienen de otras regiones del país.
Lima fue tomada y sitiada desde la década de 1950. Su toma no fue violenta, ni bloqueó carreteras, ni destruyó infraestructura pública o privada, ni impidió a los demás peruanos el libre ejercicio de hacer empresa o de trabajar.
Esa toma fue sostenible en el tiempo, porque fue inclusiva por su propia naturaleza. La migración de peruanos de otras regiones a la capital y ciudades costeñas fue lo suficientemente numerosa, que dejaron en minoría a pocos e ilusos limeños y citadinos que se creían de pura cepa capitalina o gamonal. Hoy, esa fantasía existe solo en la imaginación de unos pocos tontos.
El mestizaje de los peruanos en la capital fusiona todo: música, confecciones, diseño, gastronomía, en fin, cultura en todas sus dimensiones. Esta fusión que hoy representa una verdadera toma de Lima, sin violencia, sin caos, sin intereses particulares, sino como resultado de una convivencia social efectiva.
Esta es la razón por la cual hablar de las tomas de Lima, bajo una plataforma sesgadamente política como la renuncia de Boluarte, el cierre del Congreso, el adelanto de elecciones generales, una nueva Constitución, además de “liberar” al expresidente y golpista Pedro Castillo, resulta risible, absurdo y descabellado.
La sensación en la calle es distinta. La mayoría de los peruanos lo repiten en sus declaraciones: “No queremos más violencia”, “Queremos que reactiven la economía”, “Queremos más trabajo”. El malestar social existe, pero que no canaliza su molestia a través de la violencia. De seguro lo prefiere hacer en las urnas, con sus votos, cumpliendo tiempos constitucionales.
Aunque les moleste a muchos de los partidos políticos que hoy podríamos llamar tradicionales, porque saben que el tiempo hasta el 2026 les juega en contra. Terminarán convirtiéndose en obsoletos respecto a nuevos movimientos y apuestas políticas que ya vemos aparecer en escena.
¡Seamos sinceros! Esta no es una lucha entre limeños y provincianos. Aquí está en disputa un cambio de fondo para el país. Es una lucha entre centralistas y descentralistas, entre mercantilistas y quienes están dispuestos a competir en el mercado, entre conservadores de izquierda, conservadores de derecha y potenciales liberales.
Es una lucha entre distintas tribus de peruanos que hoy habitan la capital y las regiones al mismo tiempo.
¿Tiene sentido hablar de las tomas de Lima en un país que necesita liberarse de las cadenas mentales que sostienen a caudillos y a bandidos en sus organizaciones políticas y sociales?
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