La tormenta perfecta
Pasan los días, las semanas, los meses –ya van ocho– y el país sigue hundiéndose en el pantano de la corrupción, conducido por un gobernante incompetente, asesorado a su vez por un equipo pleno de medianía, conformado por gente inexperta, sin la más mínima capacidad intelectual, cultural, técnica y, fundamentalmente, sin los principios morales que demanda una nación corroída por la podredumbre de sus autoridades. El panorama se oscurece cada día sin visos de solución porque, además, la mayoría de quienes integran el poder Legislativo transpira tal nivel de primitivismo que anula toda posibilidad de contrapeso. Y como consecuencia, impide activar los mecanismos que confiere la Constitución para superar el caos gubernamental que seguimos sufriendo.
Los parlamentarios, insistimos, tienen la fórmula para acabar con la crisis terminal a la que nos ha llevado el régimen que preside Pedro Castillo. Sin embargo, por medrosos, en unos casos; por convenencieros en otros; por incapaces en muchos y por noveles en gran medida, no logran articular un mínimo común múltiplo sobre el cual puedan establecerle una salida al tremendo problema generalizado que sobrecoge al Perú.
Estas son las autoridades que ha elegido el Perú por culpa de un miserable apellidado Vizcarra, asesorado por un falso valor llamado Fernando Tuesta Soldevilla, presumido sujeto que diseñó las “reformas” constitucionales que, de manera prepotente, Vizcarra obligó a que la ciudadanía las apruebe a través de un alevoso referéndum. El pretexto principal para la reforma fue arremeter contra el “Congreso obstruccionista”, tal cual lo llamaron primero Fujimori y después Vizcarra, como antidemocrática estrategia para acabar clausurándolo. Más aún, el miserable Vizcarra se ensañó con la clase política, en particular con el único partido político que cumplía los cánones correspondientes, como es el Apra, al extremo de haberlos exterminado en la práctica. Pero no quedaría allí la perversidad de Vizcarra, imputado por corrupción y causante del fallecimiento de mas de cien mil peruanos por su despreciable manejo de la pandemia. También se cebó con el Congreso prohibiendo la reelección de los legisladores, con lo cual castró toda posibilidad de asegurar la indispensable carrera parlamentaria, como lo permitía nuestra Carta Magna y lo hacen las de las principales naciones del planeta. Se trata de un acicate fundamental, para asegurarse que el poder Legislativo cuente con la necesaria presencia de parlamentarios experimentados. Hoy estamos bebiendo de la ponzoña que el miserable Vizcarra le hizo tomar a los peruanos, contemplando a este universo de adefesieros congresistas que pululan en casi todas de las bancadas.
En consecuencia, en medio de un panorama nacional realmente calamitoso, donde el escenario interno no puede ser peor; y un mundo exterior inmerso en una espantosa inseguridad, el Perú marcha a la deriva carente de un poder Legislativo coherente y de un Ejecutivo moralmente capacitado para gobernar. Si a semejante crisis le sumamos el colapso de nuestro sistema de Justicia (un Ministerio Público politizado y un poder Judicial disfuncional); una agobiante inseguridad ciudadana; y esa incesante amenaza de una asamblea constituyente para convertirnos en Cuba/Venezuela, nos acercamos vertiginosamente a ¡la tormenta perfecta!
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