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La torta bajo las ruinas

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Fecha Publicación: 16/11/2021 - 20:00
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Una frase de José Ortega y Gasset, filósofo de la razón vital y vitalista por excelencia, me ha conmovido siempre por su crudeza: ”Toda vida es más o menos una ruina entre cuyos escombros debemos encontrar a la persona que tenía que haber sido.” Pero ahora me sorprende una noticia que informa que entre los escombros de un ataque aéreo en la Segunda Guerra Mundial, se acaba de encontrar, intacta, una torta de nueces horneada en 1942 y que el equipo de investigadores que la descubrió cree poder hidratarla y comerla sin daños para la salud.

El hombre no tiene naturaleza sino historia, dijo el mismo Ortega. Y esta es la historia: la tradicional torta alemana de nueces encontrada tiene un baño de chocolate crocante, además de la masa y el relleno de frutos secos. Acaba de ser hallada por los arqueólogos de Lübeck, con el papel lustroso con el que fue introducida en el horno. Un poco reducida en su tamaño por el calor del fuego, conserva, sin embargo, su forma como otra cualquiera de su género.

Nadie comió esa torta ese Domingo de Ramos en Lübeck recordando el ingreso de Cristo en Jerusalén, pero ochenta años después es posible que alguien la coma y muchos, como yo, lo registren recordando la frase de Ortega y reflexionando sobre la caducidad y fracaso de la vida, y al mismo tiempo, sobre su grandeza y perennidad, pese a todos sus bombardeos y deflagraciones.

Lubeck no era un objetivo militar pero la guerra es la guerra, así como las tortas y los sueños son lo que son pese a todo. La torta no estaba sola en aquel sótano derruido y abandonado. Junto a ella se encontraron platos, cuchillos, cucharas y un disco de vinilo con una sonata de Beethoven. La cena estaba lista y los comensales ansiosos hasta que se escuchó un pavoroso estruendo...

La torta de Lubeck de Domingo de Ramos será exhibida al público. En la guerra en la que murieron más de 50 millones de hombres y mujeres hubo una torta que no fue hecha trizas por el fuego y las bombas. Mientras Cristo entraba en Jerusalén, la metralla lo hacía en las carnes de combatientes y civiles que sucumbieron junto a sus casas y edificios. Lubeck puede ser patrimonio de la humanidad por la antigüedad y belleza de sus construcciones, pero también es un símbolo de la vida que se resiste increíblemente a la muerte.

¿Habrá una torta de Domingo de Ramos entre los escombros de cada quién? ¿En nuestro sótano interior, no habrá un horno y unas brasas que hayan moldeado a fuego lento y perpetuo una torta cuyas delicias aún no hemos probado?

Lubeck no es sólo una ciudad, sino también una barricada en nuestro corazón, un altillo diáfano en el fondo de nuestra psique.

Jorge.alania@gmail.com

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