La triada de la docencia
La didáctica, el gobierno de aula, junto con el querer, el afirmar y el corregir, perfilan la categoría de un maestro. El querer se relaciona con la disposición o motivación para educar. Tiene el sabor de la ‘fidelidad’, no se contenta con dictar, más bien se centra ilusionado en el despliegue de su quehacer docente, es decir, decidiendo y actuando en beneficio del alumno y de su escuela. El querer predica afecto que se manifiesta en la presencia o en el modo de estar. Con su cuerpo, el docente comunica emociones y simpatías como respuesta a lo que el ‘otro’ suscita. El querer suele expresarse con nitidez y contundencia en el escuchar y en el sonreír, que dispone favorablemente para procurar ‘ese’ bien particular del alumno, que se descubre en una relación personal y cercana.
El afirmar se practica gracias al reconocimiento, no el que deriva de la obtención de un logro, sino de aquel que cala en el alumno al saberse y sentirse que ‘importa’, que no es uno más en la ‘lista’. Un factor que incide negativamente en el aprendizaje es la indiferencia y el trato pálido y gris en la relación docente-alumno. La afirmación no se reduce a otorgar calificativos o adjetivos ponderativos; se expresa significativamente en una mirada ‘cómplice’ que anima; en la ‘palmada’ en el hombro, señal de que se confía; en esa conversación que descubre talentos o nuevos ideales. La afirmación será más profunda y abarcadora, cuanta más credibilidad e inspiración suscite el docente en el alumno gracias a su autoridad y el prestigio
El corregir no es un recurso buscado ni gustoso, se le omite o se le escamotea sin mayor rubor. Su fuente de inspiración está en la magnanimidad. Con la corrección no se busca satisfacer las demandas, deseos ni gustos del alumno, tampoco los propios del docente, sino las necesidades del educando, realizando actos que promuevan su desarrollo. Poner orden cuando sea preciso y ‘rectas’ las conductas, es una manera concreta de mostrar afecto. ¿De qué otro modo se puede llamar al hecho de correr el riesgo de recibir por respuesta una mala cara, unas palabras hirientes o un afilado silencio, tan solo por buscar lo mejor para el otro? El docente que corrige cree en las capacidades del alumno y, en lo que a él se refiere, pondrá todos los medios para que no sea menos de lo que puede llegar a ser. Corregir implica creer y apostar. Cuando se señala una equivocación, se ilumina la inteligencia al proporcionar argumentos que expliquen el error u omisión; se modelan los modos y se proponen nuevas tácticas para hacer las cosas bien; se le permite reivindicarse ante sí y ante los demás, es decir, se le anima a que vuelva a intentarlo. El corregir es un acto que mira al futuro del alumno. Si para afirmar se pedía ascendencia, la corrección solícita del docente con coherencia, que no impecabilidad, sino el patente esfuerzo desplegado en actuar y pensar en concordancia.
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