La urgente reforma política
La clave del éxito político es satisfacer las necesidades, reales o ficticias, de los electores, pero en el Perú hay que superar enormes obstáculos antes de ingresar al mercado electoral. La actividad política no tiene por qué ser diferente a otras, donde se requiere fácil acceso al mercado, libre competencia, eliminación de barreras burocráticas, simplificación normativa, y predictibilidad en las decisiones de la entidad supervisora. Lamentablemente observamos lo opuesto, un sistema electoral engorroso, complejo, arbitrario, e incluso sospechoso de corrupción por la absoluta omnipotencia del funcionario que determina el destino de cualquier candidato o agrupación. En esa realidad, sobreviven los más avezados que saben tejer compromisos al interior del órgano administrador.
Gracias a las sucesivas reformas electorales, contrarias siempre a la estabilidad y vigencia de las organizaciones partidarias, hemos llegado a una situación extrema. Siendo el sistema de partidos la base de la democracia, hoy tenemos más vientres de alquiler y agrupaciones creadas para beneficiar los negocios de sus dueños, que partidos políticos con alguna identidad ideológica; esta situación pervierte la actividad política y abona a la desconfianza de los electores por el sistema democrático.
Necesitamos una reforma que apunte a tener pocas agrupaciones, pero con alto nivel de representatividad; para eso se requiere adoptar distritos electorales uninominales, para que los partidos se vean obligados a convencer e inscribir a líderes locales para la Cámara de Diputados, y los elegidos deban trabajar para mantener la confianza de sus electores al poder optar por la reelección solo por su distrito original. Al mismo tiempo, facilitar la participación de nuevos partidos, pero todos con la necesidad de obtener un mínimo de 5 diputados o perder su registro.
En una realidad donde el narcotráfico y la corrupción pueden colocar presidentes, no tiene mucho sentido poner demasiados obstáculos al financiamiento proveniente de particulares, mientras sea transparente y se haga un seguimiento público para evitar incompatibilidades, siguiendo el modelo norteamericano. La experiencia nos demuestra que mientras se revisa al milímetro al perdedor, no se fiscaliza el financiamiento del ganador, lo que termina perjudicando las candidaturas serias y responsables, beneficiando al aventurero que no duda en tomar riesgos, entregando al país a lo peor de la sociedad.
La necesaria reforma política debe emprenderse ahora, antes que se produzca un nuevo proceso electoral, para que sea diseñada sin cálculos mezquinos ni afán de venganza. Sus reglas deben fortalecer un sistema de partidos que pueda permanecer estable, consolidando a solo dos o tres partidos políticos capaces de gobernar, no solo por sus votos, también por la calidad de sus programas y sus cuadros técnicos.
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