La Verdad es el camino
Resulta incomprensible y vejatorio que mientras 500 médicos peruanos esperan ser convocados para integrarse a la lucha contra el coronavirus, el Ministerio de Salud no lo haga y más bien anuncie la contratación de 85 cubanos.
Esa política es discriminatoria y torpe, no sólo por excluir a nuestros compatriotas, sino porque existen numerosas acusaciones de explotación laboral.
Según esas denuncias, el gobierno de La Habana solo abona 20 % del sueldo a profesionales que envía al exterior, retiene el 75% y el otro 5% es derivado a la Organización Panamericana de la Salud (OPS ), organismo especializado de la OEA, que debe rendir cuentas de los acuerdos suscritos.
Transparentar dicha relación laboral es importante, considerando que las Relatorías Especiales de Naciones Unidas califican de “esclavitud” y “trabajo forzoso” dicha modalidad laboral que debe representar un ingreso entre 6 mil y 11 mil millones de dólares para el Estado.
Lo anterior no implica desconocer el esfuerzo solidario y de alta calidad, desplegado por brigadas médicas cubanas en los devastadores terremotos de 1970 y del 2007, que los peruanos siempre agradeceremos.
En ese contexto, el Colegio Médico ha hecho bien demandando la publicación del convenio suscrito entre Perú y Cuba, exigiendo que los sueldos que abonen por ese servicio sea compatible con las remuneraciones que perciben sus pares peruanos. Además, han propuesto que para cubrir el déficit de 45 mil profesionales, deben habilitarse plazas estables y bien remuneradas, para incorporar progresivamente a 3,800 médicos que cada año egresan de nuestras universidades.
Lo anterior implica, asimismo, poner en marcha una nueva política de Estado en materia de salud pública, que considere la urgente construcción de hospitales, adquisición de equipos de última generación y mejorar los sueldos del personal que trabaja en ese sector que, como consecuencia de la letal pandemia, a expuesto y entregado sus vidas protegiendo a los ciudadanos.
Nuestras autoridades, por ello, están obligadas a decir la verdad al país, por más dura que esta sea. No se puede brindar cifras de fallecidos, desmentidas por la realidad; no debe afirmarse que a pesar de sucesivas cuarentenas y del estado de emergencia, hemos alcanzado el nivel más alto de contagiados, porque no es cierto; no deben proyectarse fantasiosas encuestas sobre la popularidad del presidente y sus ministros, porque los resultados no son creíbles y sólo proyectan vanidades incompatibles con los momentos dramáticos que padecen los hogares.
Es, más bien, tiempo de humildad y concertación; de convocar especialistas y gerentes, sin preferencias ni discriminaciones políticas; de reconocer y corregir graves errores cometidos; de no volver a pugnar con el Congreso, porque los únicos perjudicados seremos todos los peruanos, confinados hace meses en nuestro hogares, temerosos que el mortal virus pueda alcanzarnos.
Concertar y no confrontar debe ser la consigna nacional.
Churchill lo hizo y registró su apellido con letras de oro en la historia, levantando las banderas de la unidad nacional frente a la guerra y ofreciendo a los ingleses solo muerte y sacrificio para derrotar la ofensiva bélica alemana. Lo dijo descarnadamente, sin tapujos, con admirable sinceridad, porque así debe ser la comunicación entre gobernantes y gobernantes en tiempos de guerra, en este caso, de una guerra contra un virus que se extiende invisible y terroríficamente a todos los lugares del planeta.