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La verdad y la ficción

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Fecha Publicación: 04/06/2021 - 20:50
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Veíamos, en un canal de cable, una película de principios de siglo. A y yo ya la conocíamos, por lo que discutíamos divertidos: que si era una mirada que ridiculizaba a Tokio o si era la forma en la que los gringos imaginaban Japón. Y luego, tal vez más interesante, sobre los protagonistas: “Su esposa, cuando lo llama, ni le pregunta cómo está”, resaltó A. Y sí, claro, él, un actor maduro venido a menos, tenía una mirada triste, agotada; y ella, una bella joven, parecía tan aburrida, probablemente, porque su pareja se encontraba totalmente concentrada en sus proyectos. Si los protagonistas hubieran tenido parejas que los completen, bueno, no hubiera pasado todo lo que pasa en la película. A y yo, emocionados, en una tarde invernal, comentábamos la que, sin duda, era una buena película, en la que hay romance sin sexo, complicidad sin compromiso, en la que dos perdidos solo podían encontrarse de ese modo en un lugar como Tokio.

La escena emblemática, le dije a A, cuando nos acercábamos al final. Confesaré que se lo dije conmovido porque cuando él, al verla, detiene el auto que lo lleva al aeropuerto para volver a su vida normal, se acerca a ella y le susurra al oído algo que nadie supo en el cine qué fue, y de pronto, la mira por última vez y sonríe, una sonrisa breve que provocó imaginar qué fue lo que le dijo, cuál pudo ser esa última frase o confesión que lo alegró, lo que construyó un hermoso misterio. Pero en esta versión pusieron en boca del protagonista una frase que sí, por ahí dicen que eso fue lo que dijo, y que sí, tal vez es una frase bonita; pero que arruinó la película, que destruyó la imaginación o fantasía de eso que a un hombre agotado hizo sonreír. Se podrá decir que era la verdad; pero una de esas cosas raras que tiene la ficción es que no necesita de “la verdad”.