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La verdadera complicidad entre el maestro y el estudiante

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Fecha Publicación: 31/01/2025 - 21:40
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Quirón crió, educó y cuidó a Aquiles con las mismas atenciones que le hubiesen dedicado sus padres. En cuanto pudo comunicarse, preguntaba:
—¿Cuándo volveré con los míos?

Quirón tensaba un arco con todas sus fuerzas, colocaba una flecha y le decía:
—¿Estás listo?
—¿Para qué?
—Para correr y alcanzar la flecha.
La disparó, mas Aquiles no la apresó.
—Cuando consigas alcanzarla, entonces podrás volver con tu padre.
Aquiles no dijo nada. Por muy niño que fuera, sabía perfectamente que, con el tiempo, el entrenamiento y las enseñanzas recibidas, conseguiría alcanzar la flecha. Hasta entonces, entendía que la constancia, la exigencia y la paciencia debían ser sus compañeras fieles.
No obstante, sin la complicidad entre Quirón y Aquiles —entre un maestro y un estudiante— difícilmente se consigue el objetivo trazado. Esa complicidad no es aquella en que su objeto es urdir en contra de terceros para beneficio propio; más bien, es el establecimiento de una alianza mediante la cual, conocido el norte, sobre la base del conocimiento de la otra persona, uno señala el porqué y el cómo al tiempo que potencia sus cualidades y corrige sus deficiencias; por su parte, el otro —porque quiere y confía—, a pesar de la intensidad de los vientos en contra que pudieran aparecer, pone en acto con interés y docilidad las indicaciones o consejos recibidos.
La complicidad se quiebra cuando un maestro renuncia a mantener en amable tensión el caminar hacia el norte y contemporiza con los gustos, veleidades o “cansancios” del estudiante. En buen romance, en aras de una paz ficticia, evita ejercer su autoridad, abdicando en la búsqueda de su bien personal. La alianza también se desnaturaliza cuando impera la indiferencia, que termina oscureciendo el norte y la esperanza de un futuro para el estudiante.
¿Era alta la valla que le puso Quirón? No tanta como la actitud de Aquiles. Su constancia y tenacidad en los entrenamientos, la confianza en las enseñanzas de su maestro y su profundo deseo de ver a su padre lo movieron a no perder el norte.
Cuando se proponen ideales altos y realistas, un hombre se abraza a ellos con protagonismo y “ganas”, porque su proposición lleva implícita una alta dosis de confianza en aquel.
Desafiar a un niño o joven pone en valor sus deseos de mejora. Animarlo a que se vivencie en su condición de “descubridor” de alternativas o de espacios en los que puedan cotejar sus capacidades es un verdadero acto educativo. Ante las posibles dificultades, desánimos, etc., es más beneficioso para el estudiante que el docente muestre paciencia y no revoque su confianza que aguar o cambiar el reto. El querer y las circunstancias serán las que atemperen su dinámica y dimensión. Si un avión está diseñado para volar, mal haríamos si se le agota en una carretera.
Lo que el niño puede llegar a ser —si participa y quiere— se alcanza con el desarrollo de su inteligencia, carácter y libertad... y con la complicidad de un maestro.

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