La verdadera inclusión
Daron Acemoglu y James Robinson, en su libro “Por qué fracasan los países”, nos invitan a reflexionar sobre las razones que explican las diferencias económicas entre naciones similares. Según estos autores, la calidad de las instituciones, el estado de derecho y la existencia de modelos inclusivos son factores determinantes. Esta tesis no abarca la totalidad del fenómeno. La economía de mercado, con su énfasis en los incentivos, ofrece una visión más completa de la inclusión por inversión.
¿Por qué un ciudadano, acosado por una burocracia asfixiante y amenazado por el crimen, se animaría a hacer negocios? La constante incertidumbre es un desincentivo y opera como factor excluyente. En estas condiciones, el régimen económico se convierte en una entelequia.
Acemoglu y Robinson, como muchos economistas reconocidos, conceden y, a veces, fuerzan el protagonismo de las instituciones. Las realidades son complejas y las mismas instituciones pueden generar resultados dispares. El mercado, como cúmulo de reglas espontáneas (como la comunicación), es una institución inclusiva allí donde rige la libertad.
El libre mercado fomenta la competencia y permite que los empresarios superen las reglas impuestas por las burocracias. Cuando el empresario gana por su afán egoísta de ser rico, genera empleo, consumo, más inversión y recaudación, base de la construcción de hospitales, escuelas, carreteras. Es el egoísmo de sujetos ávidos de ganancia lo que dinamiza y distribuye el dinero.
El desarrollo de un país no es el resultado de las instituciones per se, sino de la acción humana, cuya regla es el intercambio. La economía de mercado, un concepto aborrecido por el socialismo, representa una amenaza para aquellos que buscan controlar a las masas. Al empoderar a los individuos y ofrecerles satisfacción relativa y la oportunidad de mejorar sus vidas, preserva la democracia, no es la democracia la que engendra al mercado. Es la libertad económica la que a la larga termina erigiendo formas más o menos democráticas por el imperio de la certidumbre.
Una revolución no es de interés para quien se gana la vida, gana un crédito, compra, vende y entra a la clase media con más sueños aún de movilidad social. La economía de mercado es la única vía para alcanzar la prosperidad y la libertad. El único momento constituyente con futuro es el de una revolución liberal que lleve la inclusión productiva al campo y a las ciudades con mira a los puertos y a nuevos mercados.
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