La voz de Mictlantecuhtli
Dicen los arqueólogos que suena como el sonido de la muerte.
Son pequeños silbatos con rostros fúnebres que han ido apareciendo en excavaciones arqueológicas desde 1896, pero cuyo último gran hallazgo se dio en 1,999 en Tlatelolco, antigua ciudad cercana a la capital azteca de Tenochtitlán, hoy ciudad de México.
Los silbatos no aparecieron solos sino en las manos de decenas de víctimas que fueron sacrificadas a Ehecatl, el dios del viento. Todos ellos representan al señor del inframundo, Mictlantecuhtli, al búho o a la serpiente de fuego. Según los expertos, la configuración interna de los silbatos es única en el mundo. Su increíble sonido, preparaba a los sacrificados para su ingreso brutal al inframundo de los muertos. ¿Cómo? Los expertos discrepan: para algunos era el eco del terror que se avecinaba; para otros, el sonido que los reconfortaba en el viaje a lo desconocido.
Nadie se puede imaginar cómo se escuchó la voz de Dios cuando Moisés le preguntó quién eres y Él respondió: Yo soy el que soy. Tampoco de qué forma se oyó esa voz en el monte de la Calavera cuando su único hijo clamó: Padre mío, por qué me has abandonado. Nadie, asimismo, se puede imaginar cómo se habrá escuchado el mar Rojo cuando se abrió para que el pueblo hebreo escapara de los filisteos. Y cómo habrá sonado la voz del César cuando cruzó el río Rubicón y dijo a sus soldados: Alea iacta est, dando inicio la larga guerra civil contra Pompeyo y los optimates.
Todo judío sabe cómo suena para él el llamado del shofar de las plegarias y los ritos. De la misma forma, el creyente musulmán sabe cómo se escucha con los oídos del alma la voz del muecín que llama a la oración desde lo alto de la mezquita. Y el cristiano, la voz de la campanilla al elevarse sobre el altar la hostia consagrada.
En las tres religiones monoteístas, los creyentes cantan a los muertos y su voz es más que una voz, un vínculo con el inframundo. El réquiem, el kadish y la janazhá son como el silbato de la muerte de los aztecas, por ello los investigadores coinciden en una cosa: esas voces místicas nombran, al más allá, a los dioses que también son el Dios.
Tengo ante mí la escena final del zapateo popular en la película Pedro Páramo. Las campanas del duelo siguen sonando en Comala, pero las gentes comienzan a bailar y empieza la fiesta. No entienden que el carnaval y el duelo son opuestos (o tal vez son lo mismo y lo saben bien.) Entre el barullo y las luces de artificio, los mexicanos bailan y zapatean. Ese ruido que no sé si es fúnebre o festivo, me trae la voz de Mictlantecuhtli hasta esta mi tierra, una de las tantas Comala de esta parte del mundo.
Jorge.alania@gmail.com
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