Las enfermedades mentales en debate
Dos diarios de singular calidad e influencia en el mundo se han referido en días recientes y en forma destacada al tema de las enfermedades mentales y su tratamiento como un grave problema de salud pública: The New York Times y El País, de Madrid.
La sola referencia mediática constituye ya una buena noticia, pues es alrededor de estas enfermedades que desde hace décadas se han tejido una serie de prejuicios y de estigmas que han logrado, entre otros factores, que crezcan de una manera dramática tanto en el mundo desarrollado como en el que no lo es.
A la luz de las crónicas, reportajes y análisis, lo primero que hay que dilucidar es qué son las enfermedades mentales. Para ello resulta clave entender el sufrimiento psíquico. Dos modelos responden a esta cuestión central: el biologicista y el modelo vital. Para el primero la premisa del paciente es: ¿Qué pasa en mi cerebro? Para el segundo: ¿Qué pasa en mi vida? El primero pone el énfasis en las neurociencias y en los fármacos. El segundo, en el entorno y el tratamiento social, básicamente.
Obviamente no es un debate nuevo. Lo nuevo es el interés que va despertando en los círculos no especializados y en el público en general. Queda a juicio de cada quien informarse, mirar a su alrededor y tratar de entender esta aguda y dramática problemática.
De mi parte, quiero referirme a una célebre frase del filósofo José Ortega y Gasset: El hombre no tiene naturaleza sino historia, es decir: yo soy nada más que lo que voy haciendo con mi vida. Si eso soy, entonces, el sufrimiento psíquico tiene su raíz más profunda en ese quehacer diario y mirándolo con ojos de ver y de entender, puedo calmar y por qué no curar ese dolor que, a veces, resulta, inexhaustible.
Como en muchas cosas, es posible que aquí la solución esté en combinar científicamente y con un enfoque social, ambas posiciones. Si logro averiguar qué pasa en mi cerebro y en sus circuitos neuronales, a la luz de la experiencia tenida por las investigaciones y los fármacos y, también, observo lo que he hecho y lo que ha sucedido con mi vida, puedo hallar una respuesta. Los psiquiatras tienen aquí una dura pero vivificante tarea.
Yo soy yo y mi circunstancia, decía Ortega, y sino la salvo a ella no me salvo yo. El gran filósofo y escritor español, al que no le ha llegado aún su hora cenital, y su filosofía de la razón vital, es un gran referente en este debate. Pocos como él escudriñaron con tanta pasión y objetividad la profundidad de la condición humana. Dejó una frase terrible pero aleccionadora que yo dejo aquí para enriquecer este debate: “Toda vida es más o menos una ruina bajo cuyos escombros debemos encontrar a la persona que tenía que haber sido.”
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