Las fintas de Alberto Otárola
El criado no le resultó respondón a doña Dina Boluarte. Apenas arribado a Lima, procedente de Canadá –donde se encontraba representando al Perú, con un grupo de empresarios asistentes al Foro Minero más importante del planeta–, el ahora ex primer ministro Alberto Otárola fue sorprendido la noche del domingo último por unas explosivas revelaciones sobre su conducta. Dos días después, se dirigió raudamente a palacio de Gobierno donde tenía pactada una reunión con la presidenta de la República. Tras prolongada conversación, Otárola apareció dirigiéndose a todo el país –en plena hora pico de audiencia– lanzando una extensa perorata que dejó heridos a varios sátrapas de la politiquería, como Martín Vizcarra. Y de paso, involucró al todavía Canciller, Javier González-Olaechea, “por haberse excedido en el uso de sus facultades” usurpando, según manifestara, labores que correspondían en exclusividad al presidente del Consejo de Ministros quien, hasta entonces, era un indignado Otárola. ¿La razón? El todavía Canciller había informado que el régimen de Dina Boluarte “había decidido ejecutar un relanzamiento de su gestión” para superar la crisis política, derivada de las explosivas declaraciones aparecidas la noche del domingo en un programa televisivo, brindadas por una amiga de Otárola. Audio que, mas tarde, de acuerdo a esa misma persona, resultaría que “no fue audio sino un video”, grabado sobre una de tantas conversaciones calentonas sostenidas entre ella y –por entonces un alejado de la política y separado de su esposa– Alberto Otárola.
Ya en Lima, hizo muy mal el ex primer ministro en no convocar a una rueda de prensa para responder a las dudas del periodismo. También para aclarar, frente al público, delicadísimos actos que aún requieren respuestas claras de su parte. Pues a él se le acusa de gravísimos hechos, de carácter civil y penal, producto de sus líos amorosos con varias féminas que acabaron trabajando para el Estado, haciendo uso pervertido de los recursos públicos. Pero Otárola optó por las de Villadiego, tras utilizar la televisión estatal sólo para defenderse ante la opinión pública, en lugar de precisar sus denuncias respecto a las intromisiones en el Estado de Nicanor Boluarte, hermano de la mandataria. ¡Nada de eso! Otárola se limitó a lanzar lo que –visto en retrospectiva– constituye un discurso plazuelero, sin mayor sustancia. Salvo aquello de ”Saldré a las calles para encarar a los totalitarios”, como aquellos que, hace año y medio, quisieron incendiar este país; o a gente peligrosa como Antauro Humala. Pero si Otárola creía que bastaba dirigirse al televidente para limpiar su nombre y arreglar las cosas, estaba muy equivocado. Porque si no iba de la palabra a la acción, el malestar existente se lo devoraría. Demasiada gente enemiga suya trataba de anularlo políticamente, buscando empoderarse tras el giro que, a continuación de su salida, adoptaría el nuevo régimen Boluarte. Si Otárola tenía pruebas sobre la injerencia del saurio Vizcarra en este terremoto político, ¿por qué no las presentó ahí mismo? ¡Porque aquello SÍ constituye una gravísima amenaza para la estabilidad democrática del país! ¡Trabajo le costará limpiar su imagen!
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