Las mafias en la administración local - La crónica III, el final
Continuando con este tema tan crucial sobre las mafias en la gestión pública, hemos notado que han ido creciendo hasta crear un auténtico reinado del terror, llegando a controlar incluso todo un holding de empresas de matones de discoteca y de casas de placer a nivel supramunicipal.
Esta clase de mafia es casi imposible de erradicar, pues suele estar muy enquistada en la entidad local, controlando directa o indirectamente los órganos más importantes de los funcionarios públicos, como el alcalde y su gerente municipal.
Las mafias mixtas, de políticos y de empleados públicos a la vez, rompen todos los moldes y superan con creces a las dos categorías antes descritas.
En algunos destinos, se puede llegar a saber de uno o más funcionarios públicos que, generalmente, dicen sin ninguna discreción: “el alcalde es muy amigo mío”. ¡Alarma! Cuando nos dicen eso, puede significar una cosa fatal, pues ya se siente el olor a putrefacción; entonces nos encontramos ante el tipo mixto de mafia que nos ocupa.
Y es que, desde el punto de vista de la ética profesional, este tipo de mafia es el más repugnante, ya que se mezcla lo que jamás debería mezclarse.
No hay que olvidar que el político defiende intereses políticos pese a la legalidad vigente, mientras que, por lo menos, el funcionario —y muy especialmente el habilitado nacional— debe defender la legalidad pese a los programas políticos, e incluso pese a una mal entendida eficacia; ya que, si bien es cierto que se debe procurar un equilibrio entre legalidad y eficacia, la legalidad debe primar siempre para el profesional.
Los políticos pueden ser como sean; los demás empleados públicos, también. Pero hay ocasiones en que basta con una sola persona que investigue, publique, denuncie y desbarate toda una operación de corrupción.
Basta con que haya un solo funcionario honrado o un empleado con contrato civil que no esté en la cúpula, para dar al traste con el desaguisado mafioso.
Esto es fruto también de que la misma mafia empuja, pues estas personas corruptas hostilizan, o el alcalde le baja el dedo a quien ya no le sirve para su mafia, así sea esa persona muy capacitada para su desempeño profesional.
En pocas palabras, “la aburren” para que se marche, o no le dan importancia al trabajo para el que fue contratada, excluyéndola de todo. En grupo, con sus funcionarios —que obviamente son de su grupo de “amiguis”— se ganan a pulso ver tanta burocracia, corrupción, salarios reducidos y puestos escogidos.
Esto podría tener una posible solución, si es que no ha llegado a Contraloría aún: tres serían las direcciones a seguir en este sentido. Por una parte, que se empleen con seriedad los sistemas de selección de personal y de provisión de puestos, optando por los mejores aspirantes y no por los amigos, parientes o “coleguillas”.
En segundo lugar, establecer unos conceptos retributivos justos y objetivos, desapareciendo las “productividades”, que todos sabemos lo que realmente pagan.
Y, por último, aplicar un régimen disciplinario tan riguroso como justo, que ayude un poco a sanear el ambiente. No sería una utopía, ya que todo lo que se acaba de decir cuenta con su respaldo jurídico, pero no hay que perder de vista que, para poner en práctica estas medidas, hay que contar —con mayor o menor intensidad— con los políticos… Muchos no lo entienden e incrementan y hacen saber su poder para que nadie los amilane. Pero qué pena, de igual forma, todo se desbarata y se sabe siempre.
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