Las tradiciones entre paréntesis
Por Edistio Cámere
Un titular escueto y frío: el 1 y el 2 de noviembre permanecerán cerrados los cementerios para evitar aglomeraciones… Algo similar sucedió con la procesión del Señor de los Milagros: dos años consecutivos los limeños no podrán acompañar de cerca al Cristo de Pachacamilla. Este hecho permite una nota de pie de página y dos lecturas.
La nota. Lejos de mí el insinuar siquiera la mínima conducta o actitud que contravengan la salud y la seguridad de mis compatriotas. La prudencia, la docilidad e inteligencia deben seguir primando en estos momentos en que aún se enseñorea la covid-19.
Mi lectura. Tanto la devoción al Señor de los Milagros, que ha trascendido largamente nuestras fronteras, como la visita a los cementerios para estar y rezar por los seres queridos, no solamente testimonian que estamos ante unas tradiciones incrustadas y arraigadas en los pliegues de nuestra cultura peruana, de nuestra peruanidad; también, dan noticia de que las personas tiene unas creencias religiosas y sentimientos de cariño y de pena que necesitan expresarlas a través de acciones explícitas, por ejemplo y, entre otras, la procesión y asistiendo a los camposantos.
A despecho de quienes sostienen que el hombre es, en exclusiva, cuerpo y circuitos neuronales, la realidad se alza con contundencia, también goza de un alma, de un espíritu que tiene diversas manifestaciones, que no se tocan, pero su presencia estructura las relaciones interpersonales, la cultura, los sentimientos de amor, la libertad, los altos ideales humanos y la fe en Dios. Las expresiones del espíritu – por estar ligadas a su dignidad– se traducen en derechos de la persona.
Desde esta perspectiva, el Estado, a través de sus organismos, se convierte en el garante de los derechos de la persona, en este caso, de profesar y manifestar sus creencias religiosas. Se me podría objetar diciendo que no se puede dar noticia de las creencias afectando la libertad de otros o trasgrediendo una norma pública. En suma, lo más sensato, ya que estamos en plena pandemia, es prohibir de raíz las procesiones y la visitas a los cementerios porque generan aglomeraciones.
En este caso, dicha sugerencia me sabe a medida fácil, reactiva y primaria. ¿Por qué? Porque el fin adecúa los medios. En este sentido, si el Estado se hiciera cargo de que un gran número de sus gobernados tiene en alto valor las tradiciones y expresiones cristianas y, quisiera empatizar con su pueblo, encontraría formas y maneras de resolver el aparente dilema. Si el Estado empatizara con la población, podría encontrar un sinnúmero de alternativas para que lo coyuntural (pandemia) no afecte lo estructural (tradiciones) ni que éstas aticen a la primera.
Insisto, el fin adecúa los medios. Un gobierno que tenga en alto los valores de la peruanidad, crisol de lo andino y español, pondrá en práctica una serie de medidas que tengan el atributo de dar curso a las tradiciones sin descuidar la defensa contra la covid. La otra lectura se la dejo a usted, amable lector.
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