Latinoamérica camino a ninguna parte
La generación del tercer milenio –fundamentalmente en América del Norte y el Sur- idealiza como única meta acabar con todo lo que han creado las generaciones que la han antecedido. Su clara obsesión es capturar el poder. Al precio que fuere. Inclusive, mientras más arduo y más violento sea este emprendimiento o batalla por secuestrar el poder pues mayor será su empeño en ejecutarlo. Esta es la transformación, tanto social como política, que súbitamente se ha producido en nuestro Continente. ¡Porque Norteamérica no se libra de algo parecido! Quizá difieran las características, el método y los tiempos, pero finalmente coincidirán en lo que atañe al objetivo.
Tal vez la pandemia covid haya servido de fulminante desatando las iras de todas las juventudes, tanto Latino como Norteamérica, afectadas –más bien enfadadas- por el forzoso encierro al que fueron sometidas. En unos países más que los otros. Como en Perú, adonde Vizcarra, un presidente miserable, quiso tapar el sol con un dedo; sin interesarse por descifrar las características del monstruo epidémico al que estaban enfrentándose sus ciudadanos. A nivel mundial, 540 millones de personas han sufrido los estragos de esta plaga; 6.5 millones de ellas fallecieron, incluyendo a 230,000 peruanos. Además el planeta perdió el paso, quebrantándose la rutina que le permitía continuar desarrollándose en un marco globalizado, generándose nuevos y sucesivos problemas que aún afectan al orbe. Muy en especial a las juventudes acostumbradas a vivir en un espacio que aparentaba ser limitado, en lo que concierne al descomunal progreso al que, por décadas, nos ha tenido acostumbrados la ciencia y la tecnología.
Sirva este escenario para entender mejor lo que viene sucediendo en Latinoamérica. Gustavo Petro es el presidente electo de Colombia. A los 17 años Petro integró el letal grupo terrorista M19 de su país, utilizando el alias “Aureliano”. Se autocalifica como progresista. El periódico colombiano La Silla Vacía precisa que estudió en colegio de curas. “En mi época eran franquistas y hablaban pestes del comunismo”, alega Petro. Purgó carcelería año y medio antes de que Juan Manuel Santos, ex presidente de Colombia, firmase el cuestionado pacto de pacificación con los llamados “guerrilleros” urbanos que, durante décadas, atentaron contra Colombia. Es el primer mandatario proveniente de la izquierda colombiana, nación tradicionalmente gobernada por dos sectores políticos centristas: los liberales y los conservadores. Fue senador y alcalde de Bogotá. Hoy promete un régimen “reformista, de ruptura con la economía petrolera, las elites tradicionales y con acento en el medio ambiente.” Petro, que ha demostrado una inteligencia superior a la de todos sus pares de la izquierda sudaca, le agregará estricnina a aquella identidad socialista inaugurada por Cuba, extendida por la dupla Lula-Chávez, vulgarizada por Maduro, vigorizada por Boric y burdamente plagiada por el infeliz Castillo, el menos capacitado de esta saga “progresista” sudaca, quien ahora pretende convertir a nuestra región en la versión soviética del continente americano. Obsesión que, coincidentemente, comparten las juventudes de esta zona del planeta.
¿Hasta cuándo será este el ambiente en el que convivan los latinoamericanos nacidos este milenio?
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