Lectura y acción
Como era natural, en medio de las protestas y rechazo de un importante sector ciudadano al nuevo gobierno de Manuel Merino, pasaron desapercibidos como noticia los contundentes argumentos del fiscal Germán Juárez Atoche para corroborar el impedimento de salida del país de Martín Vizcarra por el lapso de 18 meses. Un breve resumen de lo expuesto por Juárez y hasta un sorprendente “Vizcarra se allana” como titular informativo (waripolerismo periodístico post mortem de algunos medios), alumbraron ese hecho.
En circunstancias normales, tales argumentos hubieran tenido suficientes reflectores para graficar la catadura moral del personaje que nos estaba gobernando y que iba a quedarse en Palacio de Gobierno hasta el 28 de julio de 2021, quemando sus últimas reservas de poder a fin de borrar toda huella conducente a la verdad de las coimas imputadas. Juárez Atoche lo dijo con claridad: ya se ha verificado, mediante cruce de información y acceso a fuentes materiales inobjetables, varios de los dichos de quienes aspiran a la colaboración eficaz. No hay discusión posible sobre ello.
Pero el hombre propone, Dios dispone, viene el diablo y lo descompone. Sobre todo, si una catarata de acontecimientos dudosos, cuestionables o muy mal manejados avasallan el motivo-eje de la discusión primaria, la cual era conservar o no en la primera magistratura a un sinvergüenza de polendas, hábil –como siempre lo he sostenido– en el manejo del arte comunicacional.
Merino es uno de los tantos presidentes accidentales que ha tenido el Perú y su arribo a la primera magistratura está rodeado de grandes controversias. Ello desde la perspectiva legal (por la naturaleza imprecisa de la incapacidad moral permanente contenida en el artículo113° de la Constitución como fundamento para vacar a un jefe de Estado), social (debido a la incertidumbre añadida al caos producido por la pandemia y la crisis económica), política (la sensación generalizada de un arreglo trucho entre los partidos con representación en el Congreso) y moral (el hartazgo juvenil, nacional e internacional, contra el elenco estable de quienes deciden los destinos de su país).
Se añade que Merino carece de verbo y gestos inspiradores. No es un líder que lleva hacia la tierra prometida y se esforzó más bien en sostener un lenguaje pleitista, hasta que alguien le recordó que gobernar significa sumar y no dividir. Más aún en este cuadro crítico que padecemos.
Dos componentes básicos de la tarea política son leer y actuar. Las realidades no se barren bajo la alfombra ni se caricaturizan: se leen adecuadamente y se afrontan. Y los gobiernos deben desplegar acciones que hilvanen los diferentes núcleos sociales tras un propósito. Los opositores solo tienen claro que no quieren a Merino. ¿Qué quieren? Falta saberlo con más precisión esta angustiosa semana que se inicia.