Leguía, el presidente más satanizado de nuestra historia republicana
Tacna ha celebrado ayer, 28 de agosto de 2025, su nonagésimo sexto aniversario de reincorporación al seno de la Paria, y nos debe llenar de júbilo permanente este acontecimiento; sin embargo, en ese marco, nadie ha dicho una sola palabra sobre la enorme figura del expresidente Augusto B. Leguía, que asumió personalmente todo el proceso para conseguir este anhelo nacional, cerrando los problemas territoriales con Chile por el Tratado de Lima del 3 de junio de 1929. Durante el Oncenio, como se llamó a su segundo período gubernamental (1919-1930), también fue con todo y decididamente a cerrar fronteras con Colombia en 1922, que por estos días ha vuelto a nuestra mirada nacional, a la luz de las dislocadas declaraciones del presidente de Colombia, Gustavo Petro, que desconoció la soberanía del Perú sobre el Distro de Santa Rosa de Loreto, que, por si acaso, aún no ha rectificado. No olvidemos que la preocupación de Leguía por la solución de los asuntos fronterizos también lo llevó a resolverlos con Bolivia y Brasil, durante su primer gobierno (1908-1912), es decir, Leguía hizo lo que ningún gobernante hasta ese momento de nuestra vida independiente, pues comenzamos el siglo XX heredando los problemas de delimitación territorial con nuestros vecinos del inicio de nuestra República. Leguía no se menciona, quizás por debilidad, por prejuicio o por temor, o principalmente, por dejarse someter a la fuerza de la satanización que sus enemigos políticos fueron creando todo el tiempo hasta conseguir su defenestración en 1930. Leguía, decididamente, llevó adelante desde una perspectiva pragmática y de política de Estado, el arreglo de nuestras fronteras; de hecho, no he visto en la historia de nuestras negociaciones político-diplomáticas, a un presidente del Perú que fuera más maximalista que Leguía y aun con ello, algunos ignorantes le decían vende patria. No perdamos de vista que Leguía, durante las negociaciones con Chile, pretendió para el Perú la recuperación no solamente de Arica y Tacna, sino, además, de Tarapacá; sin embargo, al final, una vez convencido de la oferta chilena de una servidumbre en favor del Perú: malecón de atraque, oficina de aduanas, y línea ferroviaria, debió aceptar con realismo político, propio de un estadista, el punto medio de toda negociación en la que nadie podría pretender conseguir resultados absolutos. Con la decisión de Leguía, entonces, conseguimos la reincorporación de la Heroica Ciudad de Tacna al seno de la patria. Todo esto que digo no he escuchado que le sea reconocido. A 96 años de la firma del tratado, lo importante es que ambos países concluimos en 1929 nuestros problemas terrestres para siempre gracias a este instrumento jurídico que Leguía decidió concretar y que tiene carácter perpetuo. Revisando la actitud del presidente del Oncenio sobre el valor de nuestros territorios invadidos por la guerra de 1879, su deseo por sacarle el máximo provecho a las negociaciones, era todo en su política exterior de límites con Chile, y esa misma actitud se le vio con Colombia, pero su prospectiva no ha sido comprendida, o sabiéndose, fue deliberadamente desnaturalizada, manejándose al antojo el asunto de Leticia.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista
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