Lima necesita más espacios públicos seguros para niños
Hace tiempo, un buen amigo me contó que una de sus pequeñas hijas se había enfermado gravemente luego de jugar en un parque, debido a que había tenido contacto con bacterias provenientes de excretas de perros; a partir de lo cual, tenía resistencia a dejarla jugar libremente sobre el césped de los parques, por más limpios que se vieran.
Creo que para cualquier limeño es innegable el hecho de que la gran mayoría de los parques de la capital se encuentran en un lamentable estado de insalubridad, principalmente por los desechos de los distintos animales domésticos; el que los dueños recojan las excretas (algo que pasa en algunos pocos distritos debido a las sanciones), no es suficiente para asegurar que nuestros hijos no estén expuestos a perjudicar su salud.
Si bien algunos parques cuentan con zonas supuestamente exclusivas para niños, estos son muy pocos y, en la gran mayoría de los casos, no se les brindan el mantenimiento adecuado, haciendo que encontrar lugares donde nuestros hijos puedan jugar al aire libre se convierta en una tarea titánica para muchos padres, que muchas veces tienen que viajar a distritos lejanos con tal de poder compartir tiempo de calidad en familia.
Lima ha crecido, tanto horizontal como verticalmente, pero no ha pasado lo mismo con los lugares de esparcimiento, algo fundamental para asegurar una adecuada calidad de vida de los habitantes de una ciudad; más aún cuando las viviendas se hacen cada vez más pequeñas.
Existen diversos ejemplos de ciudades en otros países que, ante el crecimiento demográfico, han buscado asegurar la implementación de parques y la creación de plazas públicas como lugares de reunión y esparcimiento seguro para las familias, conscientes de que estos espacios son fundamentales para la interacción social y la participación ciudadana; algo de lo que deberían preocuparse más las gestiones municipales en la capital, pues se encuentra dentro de sus funciones.
La falta de espacios para realizar deportes también afecta a la sociedad en general, y principalmente a los menores, quienes difícilmente cuentan con recursos para alquilar espacios privados. Hoy, para muchos niños resulta extraño salir a divertirse con sus amigos del vecindario, y más bien pasan gran cantidad de horas frente a pantallas de televisión, celulares, consolas de videojuegos y computadoras.
Los tiempos en que los niños jugaban en las calles han quedado en el pasado por varias razones, entre ellas el gran incremento del parque automotor de los últimos 20 años. Otro factor que afecta a los menores de edad es el crecimiento indetenible de la inseguridad ciudadana, que los expone a un peligro permanente.
Lo peor es que el problema de la inseguridad no está relacionado solo al delito común, que viene arrinconando a nuestra sociedad, sino que a este se ha sumado el crimen organizado, que parece campear libremente por nuestras aceras y utiliza el secuestro como mecanismo.
Vale mencionar que el riesgo es aún mayor cuando se trata del sexo femenino, puesto que solo el año pasado se registraron más de 4,500 casos de mujeres desaparecidas, siendo, su gran mayoría, niñas y adolescentes, cifra que debería aterrarnos, pues se puede asumir que un gran número de estos casos está relacionado a delitos de los más aberrantes, como la trata de personas.
Lamentablemente, ante las dificultades que afrontamos como sociedad, el exigir espacios públicos seguros para las familias parece haber pasado a un segundo plano, relajando las políticas públicas en favor de esto, lo que complica las posibilidades de que nuestros niños y adolescentes puedan disfrutar del espacio público con seguridad y sin esfuerzos excesivos de sus padres.
Esperemos que los alcaldes de los distintos distritos de nuestra capital consideren la importancia de los espacios públicos para las familias, y resuelvan esta carencia que afecta, principalmente, a los menores de edad.
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