Lo que más deseas
Qué harías con pasión. ¿Solo buscas pasarla bien? ¿Enamorarte de lo que haces o de quien o lo que sea? ¿Trascender? Respondía anoche un test de formación de coach donde la honestidad era herejía porque la pasión siempre se supedita a la moral, la convención, la necesidad o el hambre.
Horacio Quiroga nos embelesa aún con sus cuentos y prefirió la vida de las selvas y las letras aún a costa de su familia. Borges prefirió habitar los libros antes que la vida, “si hizo alguna vez el amor, lo hizo por cortesía” (no es mía). Haya La Torre y cualquier líder histórico de ambos lados, prefirieron la Historia. Trascender es quedarse a vivir en los libros o en los billetes, quizás convertir el cuerpo en una acerada estatua para los pájaros. Unamuno miraba hacia adelante, el “después qué”, sumando a su angustia. Los santos, a diferencia del filósofo, la tienen más segura en esa trascendencia que no admite dudas. Santa Teresa de Jesús nos lo muestra en su fina y esperanzada prosa y en sus versos.
El común de los mortales no se hace esas preguntas o quizás sí, sin proponérselo, como quien veía con ánimo esa telenovela que ponía en vitrina su desvencijada vida y a su prosaico galán. Algunos ven al poderoso y creen que sus quince minutos le abona, pero serán polvo y retiro. Los héroes no aspiran a la trascendencia, tienen un sentimiento de entrega tan hondo que saben que la vida se les escapa en la contención del enemigo. Bolognesi, defendiendo la plaza a sabiendas que era a morir, no lo hizo por las estatuas que les conocemos sino porque lo animaba ese amor que los cruzados medievales profesaban a su Dios, tanto que dejaban el valle seguro y enrumbaban con el pañuelo de su dama a entregar la vida por Tierra Santa.
Difícil que lo que más desees sea ganarte el pan. Probablemente desees los millones que te permitirían un romance con la vida o bucear en tu vocación. Nos la hacemos difícil. Cuando toca una pandemia, se recuerda que lo deseable es la hierba sobre el parque y la ventisca o la brisa del mar o el beso o aquella tertulia inconclusa. La vida es un eterno instante entre dos misterios, su valor no reside en lo que deseas sino en lo que tienes, en ese sencillo y sublime ofertorio.