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Locas ilusiones
Curt Richter en los años 50 trató de medir el estrés de las ratas en un experimento que trajo otras conclusiones como reporta BBC. Cuando las ratas en un frasco con agua nadaban para sobrevivir y no hallaban posibilidad alguna que les diera esperanza, morían ahogadas a los diez minutos. Agotadas y sin fuerza se sumergían hasta el fondo. Ritcher intentó algo nuevo. Colocó a otras ratas en diversos frascos semillenos, pero allí la variante: destapó los recipientes, extrajo a los roedores unos minutos y los volvió a colocar. Lo hizo una vez, pero las ratas nadaron mucho más tiempo, sesenta horas. Débiles, hambrientas, pero esta vez con un elemento adicional: la esperanza.
“Para tener esperanza hay que estar loco”, me dice un amigo. Perdió el empleo, familiares cercanos idos con la peste, hijos que tuvieron que dejar los estudios y la amenaza de que su país se convierta en Cuba… “Estar loco”, señala mirando al vacío, encapsulado en sus propias tormentas.
La esperanza o lo expectaticio que asegura que tiempos mejores vendrán, hay expectativas; pero para un lector de Historia y de Filosofía resulta compleja y atravesada la experiencia de esperar, esperamos lo que no llega, nos hacemos la idea de un escenario que termina siendo diferente. Zenón, Epicteto, Séneca… Quizás más que esperar, lo que importa es la ilusión. Somos demasiado racionales como para confiarnos en la esperanza, pero podemos ser lo bastante locos para tener ilusiones como la tiene el octogenario que conocí hace unos días y que persigue la culminación de un invento que “le dará fama”. Lo escucho, soy escéptico, pero la ilusión es suya y por ella vivirá cien años.
Con estas disquisiciones me viene a la mente algunas de las frases que usé para presentar hace dos semanas el muy buen libro La libertad en el corazón, del escritor Héctor Ñaupari. Él se refiere al Quijote y su locura y conjugamos que es ella la que vivifica al caballero andante, es la locura erasmiana, vitalista, irracional y más, aquella que nos permite ver la luz en el fondo de una tempestad. De pronto asocio el experimento de Ritcher con algunas de mis alocuciones en aquel auditorio, el Quijote no muere en sus andanzas, sino cuando recupera la razón y vuelve a ser Alonso Quijano. Es cuando la locura y la ilusión se hicieron humo. Ambas nos permiten sobrevivir o acaso morir pactando con la luz.