Los errores de mi generación
Son varios, pero sería iluso de mi parte tratar de enumerarlos todos en un artículo que no va a ser leído por mi generación, ya que el texto, para los millennials, camina cual dodo hacia la desaparición. Voy a centrarme en dos errores, debilidades o pecados, como prefieran ser llamados.
El primero es la falsa singularidad. No todos somos especiales. Es una falacia lógica argumentar que lo somos, porque la especialidad sugiere apartarse del resto. Si todos son especiales, nadie es especial. Pero a mi generación se le dijo, erróneamente, que cada uno estaba en este mundo para marcar huella. Todos somos especiales y tenemos atributos únicos. Los millennials están convencidos de que cada uno fue colocado en este espacio y tiempo por una providencia mesiánica.
Este comportamiento es acentuado con la ruptura del mérito en favor de la participación. Para no dañar los sentimientos de unos, hay que tomar en consideración a los otros. Si todos somos especiales, entonces es menester entregarle un premio a quien lo requiera. Nuevamente, si todos reciben reconocimiento simplemente por “ser”, dichos laureles se marchitan a la hora de la entrega porque carecen de sentido. Y luego, cuando el joven se choca con una vida real y dura, y no un mundo de cariñositos como el del colegio o la universidad, está mal acostumbrado a esperar algo de los demás, porque el millennial y el centennial están convencidos de tener el derecho a un reconocimiento constante y la ausencia de este es una forma de discriminación.
En segunda instancia está la gratificación inmediata. En un mundo acelerado y automatizado, es de esperar que nuevas generaciones estén mal acostumbradas a ver resultados de manera instantánea. La paciencia es una virtud que el millennial no heredó de sus ancestros. Este anhelo de la inmediatez está remarcado con las redes sociales, donde todos los usuarios comparten sus logros, sus hitos y sus momentos de mayor felicidad. Nadie comparte el proceso para el éxito. Nadie comparte el medio, solo el fin.
La presunta satisfacción de los pares genera una ansiedad desesperada por lograr lo mismo cuanto antes. Es por eso que el millennial, engañado por un reconocimiento que no le corresponde y desesperado por recibirlo cuanto antes, se desespera cuando, a los 22 años, no ha logrado trascender. Se llena de frustración cuando a sus cortos veintes no tiene 1 millón de seguidores como algún famoso.
Hoy se busca la estupidez y no el esfuerzo como medio, y se busca la fama y no el intelecto como fin. ¿Cuál es el remedio para mi generación y las que siguen? No tengo la respuesta. Aún.
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