Los funerales del mercantilismo
Tuvieron que pasar casi 200 años -y estar a puertas del Bicentenario- para que el más alto representante del mercantilismo empresarial peruano hiciera un mea culpa, no sin antes justificar sus actos como una defensa patriótica frente al peligro inminente en el que nos encontrábamos los pobres e indefensos peruanos, a punto de ser devorados por el chavismo ideológico que nos convertiría en ‘zombies’ y tontos útiles de una dictadura distinta, una que cambiaría el abuso del dinero para ejercer sus históricos privilegios, por el abuso del poder puro y duro.
La narrativa de moda es, sin duda, bastante seductora. Y lo es más porque responde a una autoconfesión de parte, a un suicidio público que expone el rostro más vil de una élite empresarial que está condenada a su autodestrucción. La confesión del señor Romero, admitiendo que rompió todas las reglas que decía respetar, lo pone a la misma altura que cualquier representante del mundo ilegal, al que por años maldijo y combatió utilizando la Ley de su parte. Es una demostración palpable y una prueba contundente e irrefutable de que una “raza distinta” de empresarios está por surgir, y está obligada a sepultar a esta generación de empresaurios del ayer, en tumbas que nos recuerden: “No volver a repetir”. “Los políticos no se compran”. La evolución natural de las especies y sociedades así lo estipulan.
Lo cierto es que su final como especie no está a la vuelta de la esquina. Será un hueso duro de roer, porque es una especie que se encuentra en todos los sectores y en todos los rincones del país. Es el símil de los dinosaurios políticos, que para no enfrentar la justicia prefieren darse un tiro en la cabeza y pretender quedar como modelos a seguir por las futuras generaciones. Pero las nuevas generaciones no son idiotas. No deberíamos subestimarlas. Su manera de aprehender la realidad es distinta. Y la nueva élite empresarial y política será aquella que logre construir una relación fluida, transparente y sana.
La solución al problema no es desaparecer la relación Estado – Empresa, como pretenden los radicales de ambos extremos. Nada más absurdo de lo que requiere nuestra realidad económica y social. Pero debemos implementar nuevos espacios de encuentro, espacios inclusivos y públicos, espacios que fomenten integración e integridad. Basta ya de reuniones de coordinación a escondidas. Basta de negocios bajo la mesa. Basta de reglas de juego poco claras. Necesitamos productividad y competitividad. Y no hay otra forma de hacerlo que uniendo esfuerzos públicos y privados.
Eso de no reunirse con privados es una completa idiotez. Lo que toca es tenerlos al lado. Lo que toca es exigirles compromiso ciudadano. Lo que toca es hacerlos competir. Lo que toca es poner a los peruanos como foco de sus acciones. Y medir el impacto en sus vidas, en su calidad de vida, en su desarrollo integral. Porque si seguimos midiendo “desarrollo” solo con cifras macroeconómicas, volveremos a repetirnos el mismo engaño que nos tiene cegados tantos años. Y volveremos a cerrar los ojos, para dejar que unos pocos decidan por todos.