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Los “Niño Goyito” en acción

Fecha Publicación: 15/02/2019 - 21:50
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Los niños engreídos hubo en todas las épocas. Y en todas las latitudes. Son, por lo general, producto de una inadecuada educación que los padres impartimos a nuestros hijos, confundiendo cariño con consentimiento total. Ocurre que los padres cometemos los errores de complacer, sin límites, a los pedidos que nos hacen los hijos, por pequeños detalles que parezcan. Con el tiempo y al paso de los años, tenemos a ciudadanos que se creen con derecho a todo, engreídos y caprichosos, que se sienten dueños de la verdad y se consideran el centro de todo cuanto alrededor de él exista y cerca del cual debemos girar el resto. Esto resulta peligroso para una convivencia social en paz y con solidaridad.

Personas engreídas y caprichosas practican el mal hábito de querer hacer siempre lo que a ellas les parezcan como relevantes y pretender que la verdad siempre esté de su parte. Quieren imponerse y si no es ellos, sus ideas. Buscan que el resto acepten sus puntos de vista a como dé lugar. No son abiertos al diálogo y menos al entendimiento, porque las ideas de otros les parece insulsas. Solo ellos creen ser dueños de esa verdad negada a otros. Y si se trata de valores éticos, creen ser las únicas personas in mácula, limpias en extremo, honorabilísimas, portentos de moralidad. Y si este comportamiento lo trasladan a juicios de valor políticos nadie se escapará a su mirada de modernos Torquemada para ser considerados corruptos reales o potenciales.

Estos personajes, sinónimos de engreídos y caprichosos, abundan, incluso, en la literatura peruana y universal. Son creaciones que simbolizan arquetipos reales de nuestra sociedad y que los escritores, en distintas épocas y escuelas, les fueron dando forma para hacer verosímiles sus relatos que han quedado a la posteridad. En el Perú es ya un clásico referirnos al “Niño Goyito” de Felipe Pardo y Aliaga, como aquel niño engreído y mimado hasta el delirio, alrededor del cual el escritor construyó su relato que marcó la historia colonial de la Lima de mitad del siglo XIX. Un simple viaje fue convertido en una hazaña que movilizó personajes de toda especie para proteger al niño engreído y hacer de su periplo un viaje cómodo, seguro y placentero.

Fue una sátira sobre las costumbres de la época, a propósito de la descripción del personaje. Este hecho me vino a la memoria cuando, hace poco, vi en la televisión los engreimientos de un personaje de la política criolla, muy conocido y muy vinculado a las ONG del medio, que salió a despotricar de sus pares en el Congreso cuando estos se negaron a darle el gusto de aprobar su propuesta. Acusó al resto poco más de cómplices de la corrupción. Solo él y quienes lo secundaban en su propósito, eran los buenos, los incorruptibles, los epígonos de la moralidad. No importó que sus pares hayan esgrimido razones jurídicas y constitucionales para negarse a seguirlo. Bastó que no lo secundaran para convertirse, todos ellos, en sospechosos y protectores de la corrupción.

Sostienen los sicólogos y expertos en el tema, que las personas engreídas y caprichosas siempre tratan de mirar la realidad desde la particular óptica de sus emociones personales. Si está en el nivel de sus gustos estará bien, caso contrario, esa realidad será rechazada y se convertirá en deplorable. Sus juicios de valor no serán, entonces, objetivos ni verdaderos. Todo lo contrario. Serán juicios cargados de subjetividad y emotividad, elementos distantes de todo rigor conceptual si de buscar la verdad se trata. Los engreídos y caprichosos no solo miran la realidad desde su personal sesgo subjetivo, sino que se aferran a él juzgando a los demás bajo equívocos supuestos. Estos personajes, cada vez más frecuentes en los medios, hacen daño al correcto y sano ejercicio de la buena política y alteran la sana convivencia social. Solo tenemos que reconocerlos y saber de dónde proceden.

 

(*) Juez Supremo