A los peruanos nos hace falta entender la democracia
Tal vez, el mayor problema del Perú es que, como sociedad, no comprendemos qué es una democracia en el siglo XXI. Nuestra tradición, tal vez por un tema cultural, ha estado relacionado a búsquedas mesiánicas de líderes y visiones hegemónicas, que, si bien desarrollaron el país en sus momentos, siempre lo hicieron de manera vacía e insostenible.
Por eso, cuando escuchamos democracia, solemos entender que esta significa la imposición absoluta de la mayoría en base al derecho al voto. Este concepto de democracia está relacionado a la idea de democracia directa, en donde una mayoría toma decisiones que impone unilateralmente, al no existir representantes que busquen llegar a acuerdos en conjunto.
Este tipo de democracia, aplicable tal vez en grupos reducidos de personas, implica un sistema primitivo de democracia, en el que una mayoría negaba la importancia de las minorías que pudieran existir. Este tipo de democracia muchas veces llevó a esas mayorías a cometer abusos contra las minorías que se les opusieran.
Entonces, como todo sistema, que poco a poco se va perfeccionando, la democracia directa se convirtió en democracia representativa, que, en lugar de fomentar la imposición de una mayoría sobre minorías, fomentaba la negociación entre todas las partes para llegar a acuerdos, en base a elegir representantes que, embestidos de poder político, negociaran las demandas de la población que los respalda.
En el mundo moderno, más allá del formato de referéndum (que por lo menos en Latinoamérica no ha contribuido a fortalecer la democracia, sino todo lo contrario), la democracia directa es inaplicable y, tal vez, siempre lo fue. El formato representativo permite que todos tengan voz, aunque muchas veces canalizada por pésimos representantes; aun así, evita que mayorías, las cuales podrían estar guiadas por preceptos irracionales, se impongan totalmente sobre las minorías que no les sean afines.
Es cierto que, en Perú, nuestra democracia representativa falla, y mucho, incluso con congresistas que viven en otros países, quienes están blindados por sus agrupaciones políticas… elegidas por nosotros.
Cifras como las del Latinobarómetro de hace unas semanas, que muestran que un aproximado del 91% de la población peruana se encuentra insatisfecho con la democracia y que a un 49% no le molestaría un gobierno autoritario, son consecuencia del desprestigio de la democracia, y están relacionados a asumir, como sociedad, la democracia como democracia directa.
Por eso, toda acción política es fácil de desprestigiar, y la sociedad, en gran medida, exige una confrontación permanente de todas las partes institucionalmente representadas (desde su lógica, alguien tiene que ganar, y alguien que perder). Para buena parte de la sociedad peruana, la negociación parlamentaria es negativa en sí misma, y por lo tanto el que se llegue a acuerdos, siempre representa algo pernicioso.
Lo peligroso de esta lectura es que olvida que en la democracia representativa todo es negociación en los parlamentos, pues al encontrarse múltiples fuerzas, institucionalmente representadas, y todas facultadas con el poder del voto, el cual negocian, los acuerdos a los que se llegan suelen encontrar un equilibrio entre mayorías y minorías.
En el Perú, la democracia se encuentra debilitada y es mal comprendida. Aunque suene ridículo, la idea de aprender a votar, para elegir representantes que realmente hagan algo por sus electores, es fundamental para tener una democracia representativa sana y capaz de generar desarrollo. Mientras no entendamos que la democracia no implica la imposición de las mayorías, sino una negociación permanente entre todos, seguiremos cometiendo el mismo error de elegir malos representantes, lo que, en lugar de solucionar problemas, los genera.
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