'Los ríos profundos', de José María Arguedas
La novela “Los ríos profundos”, del gran José María Arguedas, nos habla de la inocencia de un adolescente llamado Ernesto, que es capaz de sentirse profundamente vinculado a la naturaleza, es capaz de amarla debido al don que posee de observarlo todo, de aprehender su lógica interna, de este modo, puede saber cuáles son las rutas migratorias de las aves cantoras, conocer en qué lugares hay batracios dañinos o venenosos, de qué se alimentan las criaturas salvajes y cuáles son sus preferencias, indagar cómo viaja el sonido en los lugares fríos o cálidos, averiguar cómo cruzar los ríos en verano, saber si una persona se siente incómoda o triste o si tiene miedo.
Ernesto posee un alma pura y eso le permite ganarse la confianza de sus compañeros de colegio, quienes le cuentan anécdotas que no han revelado a nadie. Y es que el niño está siempre dispuesto a apoyar a los más tímidos e infundirles ánimo si es necesario, ya que se encuentran lejos de sus familias, en un internado dirigido por sacerdotes mercedarios. Esto hace que los alumnos enfrenten casi en la orfandad las primeras inquietudes del amor y la lucha por ganar un sitial en el microcosmos de la escuela.
El niño ha vivido casi siempre rodeado por los indios que trabajan en las haciendas y de ellos le ha quedado el gusto por los poemas cortos y harawis, los huaynos jocosos y alegres, los cuentos sobre osos, ratones, pumas y cóndores, el sonido del arpa, el violín o la guitarra, y todo su sentir comulga con la forma de ser de estos indios, por lo que para él vivir en la ciudad donde se ubica su escuela (Abancay) es una tortura y los domingos se escapa a escuchar el canto de las aves y de los ríos, e, incluso, parece comprender lo que quiere decirle el sonido del agua. Para él hasta los objetos (como campanas o juguetes) pueden tener un vínculo con la divinidad, una vida interna que nadie adivina, salvo los ojos entrenados.
En realidad, Ernesto es un pequeño hombrecito capaz de darse cuenta de las virtudes y las miserias de sus amigos y profesores, puede percibir los dobleces que se esconden en el alma de los demás, pero también descubre con ojo certero las maravillas y la riqueza que hay en sus congéneres. Es un muchacho meditabundo, tierno y vehemente, al que los lectores aprenden a amar al recorrer las páginas de este clásico, que, más que un libro, es el testimonio de un hombre que se encuentra en armonía con cuanto le rodea.
Por Evelyn García Tirado
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